Pablo Quevedo junto a Alfonso Rey en la presentación de la exposición.

Pablo Quevedo junto a Alfonso Rey en la presentación de la exposición. |Foto: Gabriel Gómez|

|Por Pablo Quevedo Lázaro|

Tuve la oportunidad de conocer al recientemente fallecido fotógrafo taurino Francisco Cano Canito hace cuatro o cinco años en Sevilla. Fue Alfonso Rey quien me presentó a este encantador personaje de figura menudilla, con su inseparable gorra blanca en la que llevaba escrito a rotulador negro el nombre por el que le conocieron Ava Gadner, Sofía Loren o Grace Kelly.

No solo por tratar con estas tres respetables y admiradas señoras debiera identificarse al que también fuera boxeador, nadador, ciclista y novillero, sino que sobre todo Canito ha sido y será recordado como uno de los iconos de la fotografía taurina.

Lo que Canito significa para la fotografía, estoy convencido de que Alfonso Rey lo representa en el mundo de la pintura de toros. Con una trayectoria de más de 30 años (qué viejos y a la vez qué jóvenes somos, amigo Alfonso) de intensa dedicación a la representación de la esencia de la fiesta, este cuellarano de pura cepa (de los Curros, para más señas) se ha convertido en uno de los pintores que actualmente tiene el arte de Cúchares mejor considerados y más valorados.

Podrán tildar mis palabras de exageradas y fruto de una vieja amistad, que incluye varios años de convivencia y compartiendo seis metros cuadrados de habitación en el Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista.

Pero si les digo que la obra de Alfonso Rey está colgada en muchas paredes del norte, del centro y del sur de España, de Portugal y Francia, de Méjico y hasta de países donde no existe tradición taurina como es Brasil, y que sus cuadros son requeridos para organizar exposiciones en las ferias de Sevilla, Málaga, Bilbao, Alicante, Jerez, Olivenza, así como en distintos puntos de Francia, como por ejemplo Bayona, y que sus toros y caballos han conquistado salas como la de Antoñete en la Plaza de Toros de las Ventas de Madrid, o el Museo del Toro de Valladolid o Campo Pequeño en Lisboa, convendrán en que estamos ante alguien de categoría y cuyo trabajo está teniendo un amplio reconocimiento internacional.

Al ver los cuadros que Alfonso Rey presenta en la exposición que hoy inauguramos, uno se da cuenta del porqué de este éxito. Sus toros, en el dominio del dibujo, reflejan los valores más añorados por las ganaderías de postín: nobleza, bravura, armonía de formas y belleza de la naturaleza. Y es el triunfo del color el que da sentido, pureza y verdad a sus toreros, en los que nos hablan el miedo de José Tomás, la elegancia de Manzanares, la grandeza y majestuosidad de Curro Romero o el sueño de la imperfección de Morante.

Toros y caballos, gitanas y flamencos, el baile con el arte y con la muerte,  se entremezclan y funden con los soportes que más fidelidad han aportado a la obra de Alfonso, el hierro y la madera.

Como esa fotografía en la que Canito acerca su mano todo lo que puede y la realidad le deja a la imponente figura de Sofía Loren, yo trato de acercarme a la pintura de mi amigo y maestro, a sabiendas de que ambos dones, el cuerpo de Sofía, la magia y el pellizco de los pinceles de Alfonso, sólo están al alcance de unos pocos.

Pero somos unos privilegiados, al tener la fortuna de, al menos, poder soñarlos.

Disfruten con gozo de esta magnífica exposición y nunca, nunca, dejen de soñar.

Alfonso, esta exposición ya no tiene nada Pendiente de Confirmar. Tu obra se confirma por sí sola.


Presentación de la exposición de pintura “Pendiente de Confirmar” (Toros y Cuéllar) de Alfonso Rey Senovilla. Cuéllar, 4 de agosto de 2016. Sala Tenerías.