|Por Pablo Quevedo Lázaro. Periodista |

Los cuellaranos siempre han sentido la fiesta de los encierros como un reflejo de su acervo cultural, un compendio de tradición, el argumento que reafirma su identidad, la mejor muestra de lo que son como pueblo que respeta y mima su pasado para proyectarlo al futuro, salvando todos los obstáculos que la nueva modernidad quiere imponer.

Los encierros siempre han sido su bandera allí donde han puesto pie, dicen incluso que desde los tiempos de la colonización, Diego Velázquez y la fundación de las siete villas. Y así es que allá donde hemos ido,  hemos subrayado nuestra procedencia: “de Cuéllar, de donde se celebran los encierros más antiguos de España”.

Es el encierro el principal argumento de la “marca Cuéllar”, lo que nos identifica y mejor vende más allá de los mojones locales. Será, tal vez, porque en ningún lugar como aquí se desarrolla desde tiempos inmemoriales el rito de encerrar con toda su pureza, constituyendo ese espejo en el que se miran decenas de municipios españoles como ejemplo de saber hacer y experiencia.

Y en ello coinciden mayores y jóvenes, los que viven aquí y los que han tenido que salir, los que cada sábado de toros se anudan el pañuelo al cuello y los que carecen de alma de jota: el orgullo de acoger en nuestra villa y de protagonizar la gran fiesta de los encierros.

Esta misma localidad que alardea con argumento de sus fiestas de los encierros inaugura el próximo lunes las Edades del Hombre, uno de los eventos de carácter cultural de mayor importancia y trascendencia que tienen lugar en Castilla y León desde hace 20 años.

Durante los próximos siete meses, serán miles las personas procedentes de toda España que visitarán la histórica villa segoviana con motivo de la exitosa muestra de arte sacro, a tenor de lo ocurrido en las ediciones anteriores desarrolladas en las nueve provincias castellanoleonesas.

Muchos de estos visitantes aprovecharán la estancia en Cuéllar para conocer los numerosos atractivos y alicientes que ofrece la localidad: la gastronomía, por supuestísimo, pero también un patrimonio capitalizado por el Castillo de los Cuéllar quiere lucir su mejor cara para recibir a tanto isabelino y beltranejo que se dejará caer por estos laresDuques de Alburquerque, la arquitectura mudéjar y la traza medieval de un conjunto histórico amurallado, así como un entorno natural sorprendente en el Cega y el majestuoso mar de pinares.

Cuéllar quiere lucir su mejor cara para recibir a tanto isabelino y beltranejo que se dejará caer por estos lares. Durante los últimos meses, la localidad se ha puesto bonita con el acondicionamiento de la zona norte, donde se concentran los tres templos que acogerán la muestra: San Andrés, San Martín y San Esteban. El entorno del Castillo de los Alburquerque ha quedado especialmente agradable, un espacio abierto en el que la torre de San Martín y el Torreón del Homenaje del palacio parecen retarse en un duelo al sol, con la muralla medieval por testigo.

El objetivo es que el visitante se lleve la mejor impresión de Cuéllar, que hable no sólo de lo que ha visto, sino de lo que ha captado a través de los cinco sentidos, que traslade y difunda su estancia en la villa como una experiencia mágica y maravillosa. Es ese efecto multiplicador para poder decir que Cuéllar existe después de las Edades.

El éxito de las Edades va a depender en gran medida de todos y cada uno de los cuellaranosPero no solo se trata de esas calles con pavimento estupendo y aceras anchas, ese rico patrimonio histórico, ese entorno natural de cuento o esa variada gastronomía de chuparse los dedos.

El éxito de las Edades va a depender en gran medida de todos y cada uno de los cuellaranos, de la imagen que seamos capaces de transmitir tanto de nuestra villa como de nosotros mismos a las modernas huestes invasoras –dicho desde el cariño- que vienen dispuestas a dejarse los cuartos a cambio de cultura, conocimiento y ocio.

Dice un amigo, olombradeño a la sazón, que en Cuéllar “no hay más que mala hostia”. Y, solo en parte, le doy cierta razón. Vivimos en un pueblo, donde de vez en cuando acostumbramos a tender las maldades y necedades que atesoramos. Sin duda, como en cientos de pequeños municipios salpicados a lo largo de la piel de toro.

Pero es el momento de aparcar ese carácter agrio, mezquino y cainita que en ocasiones sacamos a relucir, que nos lleva a exaltar las bondades de los otros, al tiempo que tiramos piedras contra nuestros tejados.

Es la hora de sentirse orgulloso de ser de Cuéllar, de sacar pecho por una villa moderna, acogedora y cálida en el trato con sus visitantes. Es el mismo orgullo que empapa a los cuellaranos cuando hablan de sus encierros, de su cultura y su tradición, de todos los argumentos que vienen a reafirmar su carácter y su identidad.

Una vez más, Cuéllar depende de sí misma para escribir su historia.