|Por José Luis G. Coronado|

 El tío Esgueva era un cuellarano singular del que se contaban historias pintorescas que tenían que ver generalmente con el mundo del toro. Había sido subalterno muchos años y su carrera había sido irregular, dicen que porque la viveza de su genio le enfrentaba a menudo con los maestros. Cuando se retiró, yo le recuerdo hasta muy mayor de asesor de la presidencia en las corridas que se celebraban en Cuéllar para dar su criterio sobre las faenas y ayudar al presidente en su valoración y en la decisión de premiar o no a los diestros con las orejas. A la sazón, ya retirado, vivía con su familia en la finca Pinos Albos, en la carretera de El Henar, en calidad de guarda y aparcero. Para redondear sus ingresos, probablemente austeros, criaba unos pollos de corral que daba gloria verlos, tanto, que las familias pudientes se los disputaban. La historia que voy a contar tiene que ver con esa faceta suya de criador de pollos prestigiado. La primera vez que la oí fue en la taberna de Chaneque, en la plaza de El Salvador, donde el tío Esgueva iba de vez en cuando a dar buena cuenta de un par de jarrillas de cuartillo de un vino local que se llamaba “de cosecha”. La cosa fue que un buen día, una señora de buena familia le mandó una nota escrita a Pinos Albos en la que le pedía cuatro pollos y el favor de que se los llevara a casa. Por más que registró el corral, solo pudo encontrar tres, así es que, con la contrariedad correspondiente, hizo un atillo con los últimos pollos y llamó a la puerta de la señora: Buenas, dijo cuando le abrieron: aquí traigo los pollos… La señora los cogió y al ver que solo había tres se lo hizo notar: pero hombre, Esgueva, aquí solo vienen tres… El viejo torero, adoptando una actitud de dignidad extrema respondió mientras contaba: uno… dos… tres,,, bien claro está… ¿no estará usted pensando, señora, que no sé contar…? La señora, todavía a buenas, le argumentó: pero en la nota que le envié… yo le pedía cuatro… El tío Esgueva, algo impaciente ya, metió la mano en el bolsillo, sacó el papel y leyó: aquí lo pone bien claro… tráigame cuatro… ¿o es que piensa usted que no se leer…? La situación se fue tensando: pero aquí solo hay tres… se empeñaba la señora. Joder, señora…se aferraba el torero: eso lo ve cualquiera… uno, dos… y tres… Y ella impertérrita: pero yo le pedí cuatro… Y el tío Esgueva blandiendo el papel, sin ceder un ápice: como si uno fuera tonto… bien claro está escrito… usted pedía cuatro… Todos a cuantos he oído narrar esta historia dejaban en este punto el relato, ninguno sabía, por lo visto, como terminó la cosa.

Últimamente, recuerdo cada vez más a menudo este gracioso lance de los pollos del tío Esgueva. Sobre todo frente a la tele, cuando veo debatir a los ínclitos y previsibles tertulianos.