|Por José Luis G. Coronado|

El escritor extremeño Javier Cercas, tras el gran éxito de sus novelas “Soldados de Salamina”, basada en el fusilamiento fallido del poeta falangista Sánchez Mazas, y “Anatomía de un instante”, donde disecciona el intento de golpe de Estado del 23-F, acaba de publicar “El impostor”, cuyo núcleo narrativo gira en torno a la biografía tramposa de un personaje singular: Enric Marco.

Yo conocí y traté a Enric Marco y fui testigo en primera fila de la primera de sus dos grandes imposturas. Fue a principios del año 1978 cuando en una asamblea tumultuosa de la CNT de Madrid en el colegio de La Paloma se intentaba elegir al Secretario General y al Comité Nacional del sindicato. Harto de diatribas subidas de tono, de algarabía y de debates bizantinos sobre la pureza libertaria, a eso de las once de la noche me fui a casa. A la mañana siguiente, mientras desayunaba, me enteré por El País que había sido nombrado Secretario General al frente de un Comité Nacional que no me gustaba nada. Reacio como he sido siempre a la ostentación de cargos, fui Secretario General de la CNT el tiempo justo que tardó el taxi en llevarme a la calle Libertad y presentar mi dimisión irrevocable. El tan recordado Juan Gómez Casas, a quien debía suceder en el cargo, me acusó de “leninista” (?) y Federica Montseny, con quien, a pesar de todo, siempre mantuve una relación más que cordial, se murió sin perdonarme aquella dimisión por las consecuencias nefastas que, según ella, tuvieron lugar después. Ante el fracaso de la elección en Madrid, se decidió trasladar el Comité Nacional a Barcelona y, según los estatutos, elegir allí al Secretario General. Por extraño que parezca, resultó elegido un militante, cuyo origen nadie conocía bien a pesar de ya había conseguido que se le nombrara Secretario General de la Regional catalana. El personaje no era otro que Enric Marco, que de aquella se hacía llamar Enrique “…ya se comentaba que su origen sindical estaba en las collas falangistas y mafiosas del puerto de Barcelona…”Marcos. Desde el minuto uno intentó contar conmigo, el dimisionario que había dado lugar a su ascenso, pero bien aleccionado por compañeros y amigos catalanes no di lugar al menor contacto.

La primera y última vez que nos sentamos en la misma mesa fue con motivo de un mitin que yo daba en Ciudad Real y al que, sin avisar, se presentó Enrique Marcos viajando expresamente desde Barcelona. Cuando, para empezar la conversación, me propuso que colaborara con su Comité Nacional en la formación de cuadros sindicales y yo le respondiera que el problema de la CNT no era que se necesitaran cuadros sino que le sobraban Marcos, se levantó, se fue y ya no lo volví a ver hasta que, en diciembre del 79 se celebró en la Casa de Campo el V Congreso, donde se acordó la vuelta a Madrid del Comité Nacional y José Mª Bondía fue nombrado para la Secretaría General. Aunque hasta bastantes años después no supimos del todo las peripecias de Marco, de aquella ya se comentaba que su origen sindical estaba en las collas falangistas y mafiosas del puerto de Barcelona, así como que se albergaban dudas más que razonables de que Marco fuera un infiltrado de la policía, que había conseguido ascender en la CNT gracias a las deficiencias de control que son inherentes al funcionamiento asambleario.

Tras haber abortado, relativamente, su primera falacia, el ínclito Enric, hoy todavía vivo y casi centenario, no se resignó a pasar el resto de sus días en un triste y aburrido anonimato. Por el contrario, puso en marcha una segunda impostura mucho más rocambolesca y audaz que la primera inventándose un pasado de exiliado republicano, luchador de la resistencia en Francia y que, tras ser capturado por la Gestapo, sobrevivió a su internamiento en el campo de exterminio nazi de Flossemburg. Cuando el historiador Benito Bermejo descubrió su montaje en 2005, ya llevaba más dos años presidiendo la Amical Mauthausen, una asociación que reunía en España a gran parte de los nueve mil supervivientes y familiares de los diferentes campos de exterminio nazis. En su ascenso a tan honorífico cargo, había pronunciado cientos de conferencias por toda Europa, había concedido infinidad de entrevistas de prensa, radio y televisión y había recibido “Tras haber abortado, relativamente, su primera falacia, el ínclito Enric, no se resignó a pasar el resto de sus días en un triste y aburrido anonimato”innumerables honores, entre los que destaca la Creu de Sant Jordi, la máxima condecoración civil de la Generalitat de Cataluña. Solo unos meses antes de desvelarse su impostura, en enero de 2005, habló en representación de los supervivientes en el Congreso de los Diputados y lo hubiera hecho en el campo de Mauthausen ante el presidente Zapatero y los máximos dignatarios de Europa de no haberse publicado la investigación del historiador Bermejo en la que quedaba patente que la única relación de Enric Marco con Alemania era que durante la Segunda Guerra Mundial se había ido como voluntario a trabajar en las fábricas de armamento de los nazis y había pagado en una cárcel de Kiel por un delito que no tenía nada que ver con los planteamientos antinazis de los que el protagonista alardeaba en sus manipuladas y espurias hagiografías.

Según Javier Cercas, su libro, como todas las buenas novelas, contiene una historia visible y otra invisible y que de las dos, la más importante es la invisible. La visible es la peripecia truculenta de Enric Marco y su habilidad como muñidor perpetuo de una biografía amañada. Pero tras lo que el autor define como esa primera capa de la cebolla, el libro nos lleva a considerar las otras capas y tomar conciencia cabal del fenómeno universal de la impostura, así como de la parte de engaño con la que cada uno de nosotros adobamos nuestras propias biografías.