|Por José Luis G. Coronado|

 

En estos días en los que la batalla dialéctica está centrada en torno a si procede o no refrendar por el pueblo la continuidad de la monarquía, me ha venido a la memoria la frase que pronunció un vejete cuellarano en la taberna de Renedo con motivo del referéndum sobre la sucesión a la Jefatura del Estado de 1966. Después de manifestar que no tenía pensado ir a votar, un compañero de escabechada le preguntó si se podía saber por qué. El vejete se echó hacia atrás la boina, se rascó la frente y respondió: “Porque si voto que sí, dirán que es para que se quede y si voto que no, que es para que no se vaya”. Como parece obvio, se refería a Franco. Yo no pude votar en aquella ocasión porque solo tenía diecinueve años, pero empecé a tomar buena nota de lo mucho que uno podía aprender escuchando en las tabernas a los viejos. Fue en aquel referéndum cuando se nombró sucesor a título de rey al príncipe Juan Carlos. La componenda había sido cocinada entre Franco y la gran banca con unas muy claras indicaciones de los americanos. Don Juan, el heredero natural, se comió el sapo y consultado el PSOE en el exilio, la respuesta de Rodolfo Llopis vino a decir que el alma de los socialistas era republicana pero que, si la monarquía futura iba a ser parlamentara, contaría con el apoyo del Partido Socialita. ¿Les suena?. Los resultados que se publicaron fueron los siguientes: participación: 100%, a favor: 95%, en contra: 2,5%, en blanco: 2,5 %. Todo empezaba a estar atado y bien atado. El siguiente referéndum fue en el 76 para revalidar el harakiri del régimen franquista y de alguno de sus chiringuitos, los que estorbaban. Yo ya podía votar pero no lo hice, aparte de que ya estaba contaminado por el virus libertario, entendí que aquello no era más que un ajuste de cuentas entre fachas. Cosas de la edad. La madre del cordero vino en el 78, el referéndum para aprobar la Constitución, que se había cocinado básicamente entre el PSOE de Felipe y la derecha de Suárez-Fraga, con la inestimable aportación del Partido Comunista de España, cuyo Comité Central, reunido un 14 de abril (sic), aprobó, con la única oposición de los delegados vascos, que aceptaban la monarquía de Juan Carlos después de colgar en la pared para la foto la bandera rojigualda. Tampoco voté en ese referéndum. Después de haberme jugado el tipo unas cuantas veces en la clandestinidad, me sentía traicionado. En el siguiente, el de la OTAN, en el 86, me pareció que todo era un truco de trilero de Felipe con aquel DE ENTRADA, NO, para después bajarse los pantalones con los americanos. Me quedé en casa. El último hasta ahora, si no recuerdo mal, fue en el 2005 para revalidar la Constitución Europea. Como es natural, tampoco voté; y a la vista de la situación, no me arrepiento. El dato bueno es que, por primera vez ganamos lo de la abstención: solo votaron el 46%.

Toda esa entradilla de abuelo cebolleta viene al caso para explicar mi prevención cada vez que escucho la palabra referéndum. Qué lástima que ya no pueda debatir con mis amigos partidarios de la consulta, que son muchos, frente a una buena escabechada de Renedo. Les diría que ojo con lo que se pide no vaya a ser que te lo den. Si mañana el PPSOE convocara el referéndum, lo ganaría de calle. La historia nos enseña que con lo que se quitan los reyes es siendo superiores en eso que los viejos llamaban la correlación de fuerzas. Al abuelo del que se va no hubo que echarle, salió por su cuenta hacia Cartagena sin necesidad de referéndum, bastó que una mayoría republicana ganara con solvencia en unas municipales. Las próximas son pronto, al año que viene.