|Por Francisco Salamanca|

El gimnasio del colegio La Villa navega cual género teatral mayor, entre el drama y la tragicomedia, alcanzando sus actores interpretaciones grotescas que rayan el sarcasmo y superan la parodia. Actores en escena que tratan de alcanzar la gloria en una obra cuyos actos superan ya los de La Celestina, actores sobre un escenario diseñado para su prestancia, alejados del populacho, que esperamos cada intermedio para regocijarnos con el sainete, o ¿será entremés?, a modo de interludio cómico.

El público, a veces protagonista involuntario huímos del gallinero después de siete actos, o ¿eran años?, con los mismos diálogos de esta compañía de título. Más valiera que fuera compañía de legua, para el agrado y comprensión del graderío, como en el último sainete representado donde, uno de los protagonistas olvidó el texto, el público defraudado pidió explicaciones al director de la obra y se armó la marimorena, ¡cuchilladas!, ¡estocadas!, todas verbales por supuesto, que el atrezo no permite otras. El narrador tiró de libreto, y salvó el sainete.

El desenlace puede estar cerca, aunque ya lo estuvo hace seis actos, o ¿eran años?.

El público anhelamos el final de la obra y aunque se anuncian fanfarrias de comedia, los cuarenta y ocho mil euros del proyecto perdido, que ya no aparecen en los diálogos pueden convertir en drama el final del último acto.