|Por Rubén Arranz|

Está muy de moda en las redes sociales adornar nuestras ventanas y paredes cibernéticas con plagios para mostrar al colectivo nuestra virtualidad, ya sea afectiva, ética o política. Los más usuales son fotos de gatos y otras monadas que pretenden despertar, con frases amables, nuestro lado tierno. Junto con los simpáticos “memes” y otros pastiches modernos, aquellos son los ornamentos gratuitos que más “colgamos” para ilustrar nuestros egos digitales. Otras veces gustamos de los pensamientos de otros con un “like”, me gusta. Si, además, forman parte de nuestras creencias, incluso los compartimos. Pueden convertirse en un recurso valioso en el mundo real, en los ratos que no hablamos de fútbol para arreglar el mundo con esta mano y un cubalibre en esta otra. Los aficionados al bricolaje tabernero saben bien de lo que hablo.

Pero este nuevo fenómeno kitsch no se queda ahí. Reconozco que yo mismo he recurrido al refranero popular vistiéndolo de etiqueta en un extenso “hashtag”, que no es otra cosa que engalanar con una pajarita la cultura popular. Un acto estéticamente ridículo y poco trascendente. Limitar nuestro pensamiento individual y su derecho a la difusión a tan sólo 140 caracteres es un buen ejemplo de los recortes. A pesar de la vergüenza, he de reconocer que mis flirteos con el patetismo son de gran ayuda para vencer ese rubor estético y exhibirme sin uniforme por los mundos virtuales. Prefiero posar como una persona despreciada, libre de etiquetas y de ofertas de última hora para las marcas blancas. Y aún con el riesgo de que mis pensamientos, por ser desnudos y públicos, atraigan a los censores, cancerberos y fan-troles de las cavernas rojas y doradas, no me queda otro remedio que volver a provocarlos.

Confieso que cada vez me cuesta más conservarme loco en este mundo de credos. Es agotador pensar el escenario actual y las posibles alternativas. Hay que agachar la cara y doblar la espalda para rebuscar por la red. Pero también considero que repetir los pensamientos de otros con un “click” es un acto que requiere muy poco esfuerzo. Sin embargo, es una creencia extendida que toda esa suma de pequeños esfuerzos te confieren autoridad moral para andar por la red con la cabeza muy alta, a veces mirando por encima del hombro. Elaborar pensamientos propios y expresarlos en libertad no está de moda; ni bien visto. Nuestra civilización contemporánea ha conseguido que la libertad de expresión sea el dogma que esgrimen los autoproclamados demócratas para estigmatizar a los que osan provocar con la libertad de pensamiento. Rápidamente se viste a los nudistas de excéntricos radicales o con una camisa de fuerza para desequilibrados. La razón es que incomodan, están fuera de su confortable centro y podrían desestabilizar a sus fervorosos fieles, que curiosamente se balancean apiñados sobre la misma cuerda floja.

No voy a hurgar mucho más en las carencias democráticas del Régimen del 78. Tampoco voy a embestir contra sus mitos y leyendas que abundan en el imaginario colectivo. La fábula de “La Transición” y los cuentos de “El falangista arrepentido”, “Isidoro el de quiniela”, “Bigotezorra el gran gestor”, “Bambi el keynesiano” y “Naniano el ultimador”, deberían servir de aprendizaje para una sociedad que empieza a vivir su mocedad democrática. Los padres del Régimen van muriendo, decepcionando o abdicando. Es un hecho contrastado. Todos tendrán sus propias fundaciones para perpetuar su ficción. Ya va siendo hora de que, los que quedan vivos, vayan renunciando a su tutela y la democracia vuele de su nido institucional.

Ahora la elección está en sus alas. Pueden permanecer en el cascarón para que les empollen. Rota la cáscara, pueden cerrar el pico hasta que la ponzoña sea insoportable y piar un poco para tragarse algún Pujol regurgitado. Si van a abandonar el nido de una patada, también pueden aterrizar en el Centro Solidario o en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca “Stop Desahucios”; tienen colchones para amortiguar el golpe. Para todos aquellos que se sientan jóvenes para alcanzar la libertad política, pueden apuntarse a una academia de vuelo. En la Villa últimamente abundan las asambleas de participación democrática. Tienen experimentados instructores y seguro que aprenderán técnicas para girar a la izquierda, a la derecha o divagar por sus ramas. Pero si quieren evacuar su indignación, apuntando la cloaca con precisión, les recomiendo interesadamente el Círculo Podemos. Es nuevo, independiente, autónomo y auto-gestionado. Y quiere escribir una bonita historia en el municipio, donde todos sus vecinos pueden ser sus protagonistas.

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Finalmente, pregúntense qué quieren y qué no quieren. Porque poder pueden.