|Por Pablo Quevedo|  (Presentación del libro “Los que no cuentan”, de José Luis González Coronado, finalista del Premio Nadal 2015)

Amigo José Luis, siento defraudarte.

Me confías la presentación de tu último hijo literario, pensando que puedo ser persona idónea para exaltar tus virtudes. Y, sin embargo, me dispongo a contarte las verdades del barquero.

La primera verdad es que en Cuéllar tienes muy buenos amigos, pero también algunos de tus más exacerbados enemigos.

A raíz de la selección de tu libro como finalista del Premio Nadal de este año, proclamabas tu orgullo de ser cuellarano y decías sentir el caluroso aliento de tus paisanos, con la dulce sensación de ser querido y apoyado.

Pero como dice un amigo mío, en Cuéllar lo que hay es mucha mala hostia. Y algunos canalizan parte de esa mala hostia hacia tu persona.

Tu condición ácrata y libertaria reporta más antipatías que simpatías en esta Castilla todavía demasiado conservadora y reacia a los cambios.

Estarás pensando: vaya propaganda que me hace éste, así no vendo un libro. Hombre, espero que los amigos no fallen. Y, en cuanto a los enemigos, a lo mejor así conseguimos que alguno se acerque a ver qué dice este facineroso anarquista antisistema.

En el fondo, no se dan cuenta de que eres un cacho de pan, aunque duro de roer. Porque hay que tener una conciencia solidaria y unos firmes principios para poner cara y dar voz a los fracasados, a la tropa de la desventura, a los curtidos adalides de la desdicha urbana, a la chusma astrosa, a los habitantes del extrarradio de todos los sistemas, a los ignorados, en definitiva, a los que no cuentan.

En todos los libros de Coronado podemos entrever retazos de su vida, de sus ideales, de sus sueños y de su pensamiento. No sé si éste puede ser el más autobiográfico, pero sí se encuentran algunas de las confesiones que supuran más rabia frente a este injusto mundo que nos ha tocado vivir.

Esa frase que uno de los personajes del libro repite como un mantra ¡Es que son unos cabrones!, sin llegar nunca a desvelar a qué cabrones se refiere, revela la desazón y la impotencia frente a este orden impuesto que tantas desigualdades provoca.

Todo el libro refleja el gran desastre que muchos no llegamos a entender provocado porque ha estallado, o se ha pinchado, o ha reventado de improviso una cosa que los periódicos llaman la burbuja inmobiliaria.

En este escenario, pululan las vidas paralelas de personajes desdichados, pero en los que se atisba un aura de dignidad: el solitario y melancólico Sergio y su inseparable Canela, Samuel el Maño, líder de los desarraigados, sus compañeros de mesa y mantel como son la Domi, En este escenario, pululan las vidas paralelas de personajes desdichados, pero en los que se atisba un aura de dignidad…Braulio y Emilio, Pedro Mayo, el eterno aspirante a periodista, la joven soñadora y genuina luchadora antisistema Julia, además del valiente Dani, Santiago el noble fontanero, el amante Tano o el otrora afamado don Matías Salazar. Todos ellos, de corazón no ajeno del todo a la ternura, podrían conformar el club de los silenciosos y faltos de cariño.

En este libro, José Luis González Coronado lleva hasta el límite el mejor realismo crítico y se consolida como uno de los grandes cronistas de la realidad social, política, económica y cultural de este país, una facultad que ya exhibió en su obra El Tagarote, poniendo en el espejo al Madrid de los 80.

Hay quien compara o ve ciertas similitudes entre Los que no cuentan de Coronado con En la orilla del recientemente fallecido Rafael Chirbes, libro que fue Premio Nacional de Narrativa y de la Crítica el pasado año.

Ambos cuentan de manera magistral historias de vidas derrotadas y de sueños rotos. Ambos libros suponen un latigazo que conmueve hasta lo más hondo a quienes nos hemos acomodado en el estado del bienestar.

Pero Coronado no es un recién llegado, un paracaidista que aterriza en el yermo campo de la crítica social. Nos encontramos ante un escalón más en su estado de furia y rebelión ante tanta injusticia y desigualdad, agravado por una crisis de la que, en todo caso, ninguno de los protagonistas es culpable. Lo que ocurre es que cuando se rompe la cuerda, siempre se rompe por la parte más débil. Y en este país, se trata muy malamente a los que no tienen nada.

Bien podría ser Los que no cuentan libro de cabecera para Pablo Iglesias, Monedero y todos los hijos de estas pequeñas revoluciones surgidas del hastío político y de la extendida corrupción.

Toda la filosofía de vida que expulsa Coronado desde lo más profundo de sus entrañas está envuelta en un halo estilístico de quien sabe domar el verbo con una facilidad envidiable. Los que no cuentan es el espectáculo de la literatura pura y dura, de la buena. Recuperamos al Coronado definidor de espacios: “el tronco pelado del gran pino seco que, como un espectro insólito, erguía su cadáver gris desde hacía mucho tiempo en el centro del patio”, el Coronado que describe la fisonomía del marginado: “abundaban los rostros abotargados y enrojecidos por la erosión del vino, casi todos roncos, desdentados, greñudos, enfermos de todas las dolencias, estampas disímiles entre sí pero con la marca común del desahucio absoluto y la indigencia extrema”.

O cuando nos lo plantea con toda su crudeza: “Bajo la carpa desapacible del cielo ausente, aquella tropa de la desventura mezclaba sus hedores en silencio, arracimándose como una plaga sucia, extravagante, dispareja, dentro de la cual, arrastraban sus fardeles multicolores lo más curtidos adalides de la desdicha humana”.

Aparte de personajes, miradas y literatura, el libro tiene trama, un interés que se sostiene a medida que avanzan las páginas y que nos obliga a bebernos las palabras sin apenas respiración.

El libro no nos permite mirar hacia otro lado. Desde el principio hasta la última página el lenguaje es duro, desgarrador, como la vida misma de sus protagonistas, a quienes todo se lo ha llevado la trampa, cobijados en una aureola de desánimo, desolación y desarraigo, enfrentados a una abrupta soledad con toda la aspereza de una intemperie hostil y devastada. Porque, como dice uno de los personajes, ser pobre no solo es una desgracia, es una vergüenza.

Decía Julio Llamazares del recordado cantautor Javier Krahe: “Javier fue un juglar moderno y, más que un compositor de canciones, un poeta de la noche y de la vida”. Coronado, con el código ácrata por bandera, es un poeta de una noche que ha conocido muy bien y de una vida en la que ha dado todo, un poeta que de vez en cuando nos aguijonea el corazón para que permanezcamos en estado de alerta.

Dicen que los detalles crean los personajes. Y en pintura cada pincelada es vital. El detalle es la pincelada de la literatura.

Este es el genio literario de José Luis González Coronado, sin apartarse ni un ápice de un estilo que le define, esa difícil sencillez de decir las cosas, de dibujarlas con palabras, de expresar sentimientos, sobre todo, los sentimientos de los que no cuentan, de los que aquí nunca han contado.