| Por Julia Montalvillo García |

Cuando Nuria me contó el proyecto que iban a poner en marcha ella y Gabriel me encantó la idea, y cuando pidieron mi colaboración ni me lo pensé, podían contar conmigo para lo que fuera menester, claro que después llegó la pregunta del millón “y ¿de qué escribo?”, la respuesta me vino rápido: “Julia, escribe de lo que mejor conoces”, y lo que mejor conozco son los documentos, especialmente los del Archivo de la Casa Ducal de Alburquerque, la idea de escribir sobre la relación de los duques y duquesas de Alburquerque con la Virgen de la Soledad me vino cuando el hermano mayor de la cofradía a la que pertenezco, la del Cristo Yacente, me dijo que tenía que escribir algo sobre ella para el concierto de Bandas de Música de las Cofradías de Cuéllar que iba a tener lugar el día 30 de marzo en la iglesia de San Miguel, porque con ambas imágenes se representaba en siglos pasados la ceremonia del Descendimiento el día de Viernes Santo y aquí está el resultado, espero que les guste. Allá vamos.

Cuando Isabel de Valois, esposa de Felipe II, llegó a España en 1560 se trajo de Francia un cuadro en el que se veía a la Virgen arrodillada tras una cruz vacía, por el que sentía gran estima y que colocó en su oratorio. Encargó a Gaspar Becerra que le hiciera una talla de esa Virgen, cuando la reina lo vio preguntó a la condesa de Urueña, su dama de compañía “¿Qué nombre le pondremos?”, la condesa, que acababa de quedarse viuda,  contestó “Soledad”, Doña Isabel preguntó “¿Cómo la vestiremos?”, “Con mis ropas de viuda”, contestó la condesa. El traje de viuda de los siglos XVI y XVII se componía de falda negra, una especie de semicírculo de paño denominado mantilla que caía hasta la cintura, sobre ella se ponían un velo blanco que caía por detrás hasta abajo  encima un manto o capa negros. Las mujeres viudas de buena posición tenían trajes que, compuestos de saya y mantón de terciopelo estaban bordados con hilillos de oro y lentejuelas, llevando incluso flecos de oro en el delantal o bordados en el pañuelo.

La protección real hizo que la devoción por la Virgen de la Soledad se extendiera por todo el imperio español; se veneraba en centenares de iglesias, conventos y capillas de toda España, en los siglos XVII y XVIII fue la más popular de las advocaciones, era costumbre de las familias de clase media que, cuando sus hijas contraían matrimonio, recibieran en la dote un cuadro de esta Virgen, los nobles la colocaban en los altares de las iglesias y conventos de los que tenían patronato, este es el caso de los duques de Alburquerque, especialmente del VIII duque, Don Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, y de su esposa, Juana Francisca Díez de Aux Armendáriz, marquesa de Cadreita y condesa de la Torre. Tal era su devoción por la imagen que, siendo virreyes de Nueva España, el 15 de agosto de 1657, se dedicó una capilla de la catedral de México a Nuestra Señora de la Soledad, Altamirano nos cuenta la solemne dedicación: “se colocó en ella un milagroso retrato, copia muy al viso de la que goza la imperial villa de Madrid, asentada en Nuestra Señora de la Victoria, a devoción y orden de la Excelentísima Señora Duquesa de Alburquerque, marquesa de Cadreita”. En esta capilla, el viernes 12 de marzo de 1660, mientras el duque estaba rezando, un soldado llamado Manuel Ledesma le atacó por la espalda con un puñal, milagrosamente fue detenido antes de perpetrar el crimen.

De vuelta a España el duque de Alburquerque trajo “un conjunto monumental realizado en plata de martillo, estaba compuesto por siete piezas… Para su traslado a Cuéllar desde Madrid se pesó y, con el armazón de madera que fue colocado para evitar golpes, alcanzó las setenta arrobas, o lo que es lo mismo, más de 800 Kg.” (Jorge Herrera Mesón, trabajo inédito, presentado a los Premios “María Senovilla Miguel, titulado “La iglesia del monasterio de San Francisco, bastión de la nobleza cuellarana”).

Juana Francisca Díez de Aux Armendáriz falleció el 15 de septiembre de 1696, en su testamento dejó dispuesta la fundación de dos capellanías en la Iglesia del convento de San Francisco de Cuéllar, que llevó a cabo su única hija, Ana Rosolea de la Cueva, en 1700; ésta mandó que su cuerpo se depositara en la Capilla de Nuestra Seora de la Soledad del Convento de la Victoria de la Orden de San Francisco de Paula, que era de su Patronato, llamándose a sí misma “indigna camarera de la Soberana Imagen de Nuestra Señora de la Soledad” y que desde allí, cuando su hijo lo creyera oportuno, fuera trasladado al panteón de los duques de Alburquerque en Cuéllar.

La existencia de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, la encontramos documentada en 1722 en un Inventario de Memorias de San Francisco, en el que está anotada la fundación de una memoria de dos misas cantadas y responso en la Capilla de Nuestra Señora de la Soledad, estas memorias deben ser las que dejaron en sus testamentos Juana Francisca Díez de Aux y Armendáriz y su hija Ana Rosolea, de ello deducimos que la construcción de la capilla debió tener lugar en antes de 1700, bien por iniciativa de una de estas dos duquesas o del mismo VIII duque de Alburquerque, quienes sin duda agradecerían de esta forma que Don Francisco saliera indemne del atentado sufrido en México; nada, pues, tiene que ver en la construcción de la capilla  Doña María Soledad Fernández de la Cueva, hija del XI duque de Alburquerque, marquesa de Cadreita y marquesa consorte de Santa Cruz, cuyo palacio en Cuéllar da nombre a la calle en el que está situado, a quien erróneamente se le adjudicó en el boletín oficial de la cofradía de la Soledad de febrero de 2014, la prueba la encontramos en una carta enviada desde Madrid, con fecha 24 de junio de 1819, por el marqués de Santa Cruz a fray Francisco Borbujo, padre Guardián del convento de San Francisco y que dice lo siguiente: “En contestación a la última de Vm. (carta que le envió el padre guardián) debo decir que, como le manifesté en mi anterior (carta), no se ha encontrado en el Archivo de mi Casa documento alguno por donde se acredite la pertenencia del Patronato de la Capilla de la Soledad, sita en ese su convento…”, si doña Soledad hubiera tenido algo que ver con la fundación de la capilla tendría que constar entre los papeles de ese archivo, pues habrían tenido que pagar las memorias de misas que se hubieran fundado en ella como patronos de la misma.