|Por César Quintanilla|

Cuando regreso al pueblo que me vió nacer, una de mis obligaciones es la de visitar el cementerio también llamado camposanto, por aquello de que una vez muertos, todos somos buenos casi llegando a Santos.
¡Que pena con lo bueno que fue siempre !… se oye decir, ¡ Ay que ver con lo buena persona que era !. Llega la hora de la muerte y nos llenan de halagos, por haber sido buena gente. La paz del camposanto sin duda me oferta un buen rato para la reflexión, llena un tiempo en el que me siento cómodo porque me encuentro en un lugar lleno de paz y recuerdos, leo los nombres de las lápidas, sitúo a cada difunto en un tiempo que en ocasiones fue compartido y como si estuvieran presentes dejo que la imaginación me pueda.
Camino entre las tumbas una vez que hube visitado el espacio que corresponde a mis familiares fallecidos, abuelos, tíos, primos, pongo prioridad en el tiempo sentándome junto a la tumba de mi padre. ¡Que joven te fuiste !… Supongo que me preguntas: ¿qué hago vagando entre los muertos !, ¿ no lo adivinas padre ?… Este es el único lugar donde casi todos los que aún tenemos vida, podemos conseguir unos momentos de paz.
El mundo de los vivos necesita guerras para subsistir, guerras crueles, guerras llenas de escenas dantescas de violencia, guerras sucias, dolor, hambre, penurias… Vivir es esto padre, vivir bajo la espada de Damocles pendiente de que un día puede llegar una guerra y con ella padecer esos males, salir de tu hogar, de tu país, dejarlo todo y disponerse a pasar calamidades hasta que los dioses de la guerra queden satisfechos. El fanatismo padre, puede con la paz, invoca guerras y trunca vidas, no importan las edades, niños o adultos, pobres o ricos, malos o buenos, es como se dice ahora padre… ” La guerra es un estilo de vida “.
Me fijo en la lujuria de los mármoles que sirven de morada a los muertos, y también en aquellas cruces de madera o cemento, resecas, desvencijadas, con tan sólo la compañía de unas flores de plástico cuyo tallo de alambre oxidado te dice que ya hace mucho tiempo que aquella tumba sin lápida, fue ocupada.
Ya no se si los cipreses creen o no en Dios, esos árboles alargados cuya sombra gira con el recorrido del sol, disfrutan de la paz que muchos necesitamos. Son árboles afortunados, sólo necesitan del calor del sol y de vuestro silencio, de vuestra paz, si…los cipreses son muy afortunados.

Cuando el otoño trepa por las ramas de otros árboles, dejando marchitas hojas multicolores, se aproxima el Día de Todos los Santos. Comienzan los camposantos a engalanarse, florecen a los pies de las tumbas, los crisantemos, claveles y rosas  de terciopelo, brillan poemas “no te olvidamos “, “sigues entre nosotros “, son las frases escritas en oro de quienes nunca te olvidan.
¿Por qué sólo la paz reina entre los muertos, es quizás un premio a la muerte sentir paz a la sombra de un ciprés ?. Me ciega la ignorancia y no logró entender a gentes involucradas e inmersas al servicio de un fanatismo, dejándose dóciles a su doctrina, ya sea filosófica o ideológica.

Muy duro es tener que morir para encontrar esta paz, vuestra paz, La Paz de los Muertos.