|Por Ángel Carlos Hernando|

Supongo que los ciudadanos tenemos todo el derecho del mundo a estar cabreados, o cuanto menos decepcionados, a tenor del deterioro de nuestros derechos. Esta es la valoración social que cabría hacer del alto índice de abstención que reflejan las últimas encuestas sobre las elecciones europeas que se celebrarán este domingo. Esta razón, junto con la percepción errónea de la poca importancia que tienen para nosotros, los españoles, las decisiones que se toman en el Parlamento Europeo.

Personalmente, creo que no acudir a votar no es la mejor de las soluciones para manifestar este descontento. Éste, como otros, es un derecho que, afortunadamente, muchos no hemos tenido que luchar, costando algo más que sudor a nuestros progenitores. Creo además que es una buena manera de intentar cambiar aquello que no nos agrada o continuar con lo que estamos de acuerdo. Es decir, de manifestar la opinión de cada uno, ya que demandamos una solución a nuestros problemas.  Desde luego o desde la opción que se elija, con libertad, naturalidad y desde el entender propio. Opciones legítimas por supuesto. Y es que hay en juego mucho, muchísimo. La Unión marca las directrices de los países socios, la salida de la crisis, el ordenamiento socioeconómico posterior a la misma, y algo de lo que se ha hablado poco: la movilidad de los ciudadanos, tan importante hoy en día. Por otra parte mucho de lo ya conseguido corre peligro de volverse a perder. La crisis ha dejado claro que sí hay maneras diferentes de afrontar las necesidades. Entiendo yo que siendo el voto una opción, que puede ejercerse o no, y siendo en ambos casos una decisión respetable, constituye un ejercicio de responsabilidad para con uno mismo y los demás, ya que nos afectan sus consecuencias.