|Por José Luis G. Coronado|

 Conozco un pueblo. No lo olvidaré.
Ay, en mi tierra sin ventura,
no olvidaré a mi pueblo. 

A. Gamoneda

Desde hace ya unos años, yo ya no voy a Cuéllar, me llevan. Debe ser porque quien me cuida tiene miedo de que en alguno de esos viajes esporádicos me quede adherido a la procacidad serena de las sombras, me tienda a soñar en el rincón donde se depositan las flores abrasadas o me deje morir contemplando la dulce inclinación de los sarmientos. Algunas noches, una mano incomprensible me conduce a lugares sin nombre, la herrumbre de la nostalgia me ilumina y siento la melancólica agonía de una vieja herramienta abandonada. Ya se quedaron muy atrás las mañanas en las que ponía en los arroyos lágrimas de acero y enseñaba a los pájaros la canción de la ira. Ahora la canción suena a muerte y a rocío, tañen las campanas negras como lamentos de mujeres ciegas y mi canto se enmohece ahíto de ausencias y de heridas. Ya no puedo fingir mi rostro contra el viento, era otra edad cuando mis dedos acariciaban como pétalos y envidiaba a los recios zorzales que huían de las ramas afiladas del invierno. Han devenido en abuelas venerables algunos cuerpos que trabajé desnudos en estrecha relación con los relámpagos y cuando ahora, de lejos, nos miramos, ya solo puedo ver, como un instante amarillo, el resplandor vencido de sus lejanos párpados. La memoria es mortal y muchas tardes pone su rosa enferma en mis oídos; la otra tarde, mientras contemplaba el castillo a lo lejos, un ruiseñor absorto en la ceniza sacaba de sus negras entrañas musicales los fantasmas que, como látigos vivos, fustigan el alevoso olvido de las oscuras celdas y sus presos. Tal vez ahora podáis comprender por qué ya no me dejan que vaya a Cuellar solo y únicamente me permitan, de vez en cuando, que pueda festejar con amigos y vino la indecente festividad de mis naufragios.

 

No detenerse.
Y cuando ya parezca
que has naufragado para siempre en los ciegos meandros
de la luz, beber aún en la desposesión oscura,
en donde sólo nace el sol radiante de la noche.
Luis Cernuda