|Por Andrés Suárez|

Es cierto aquello de que el tiempo vuela, pero no es menos cierto que deja cicatrices y heridas, recuerdos en la memoria, nostalgia, abandonos en el camino, entiéndase por vecinos que nos abandonaron, cambios, evolución y progreso, en fin cosas tanto buenas, como malas y no tan malas.

El cierre de Alena, en 1985, fue quizás uno de los mayores palos económicos que se llevó la villa, sus trasfondos tanto económicos, como políticos y laborales, dieron al traste con la empresa que digamos revolucionó económicamente el pueblo. Eran aproximadamente 150 empleos directos y otros tantos trabajando en pinares, transporte y demás. Al llegar, comenzaron a construirse pisos, crecieron las constructoras, llegaron entidades bancarias, se abrieron nuevos comercios, creció la hostelería, la industria local del mueble y además se benefició en cierto modo de la proximidad de la fábrica dedicada a la elaboración de tablero aglomerado. Acrecentó los sueldos en la clase obrera que hasta entonces se veían un poco limitados por los escasos puestos de trabajo. En fin, el bullir del pueblo y los vecinos, se notaba en el día a día, en los bolsillos, en la alegría, en las calles, y porque no en las caras. Los vecinos alternaban, salían, gastaban y vivían.

Era la segunda legislatura de elecciones municipales democráticas, seríamos sobre 9.300 habitantes en el municipio, posiblemente algo más de mil vecinos más que en las anteriores elecciones, las primeras democráticas y que nos dejaron como alcalde al recién fallecido Luis Zarzuela, relevado por Felipe Suárez. Hoy somos casi los mismos vecinos, pero con un gran número de inmigrantes y con un buen número de puestos de trabajo menos. Casi 2000 inmigrantes. Lo que indicaría sobre 1500 vecinos cuellaranos menos.

Si nos vamos a la estadística actual municipal, la evolución de hace 30 años nos deja un rastro de pesimismo. Comparen la historia de Balbino Velasco, con la página en internet del Ayuntamiento, en cuanto a industrias locales. Desaparecen, creo recordar 14 fábricas de muebles y auxiliares del mismo, sobre cinco fábricas o secaderos de achicoria, de colas, de resina, nos quedamos sin discotecas, cines, una buena cantidad de tiendas de todo tipo. Solo la calle San Francisco tenía en su corto espacio un buen número de comercios hoy casi todos cerrados al igual que la calle San Pedro. Con ello también los casi 105 bares se han visto reducidos al número de 75 aproximadamente, ¿aún siguen o seguirán descendiendo? Quién no echa de menos “la zona “en sus buenos tiempos.

Si la economía no vuelve a resurgir en nuestra localidad, aquello será historia. Los comercios reportaban plazas hoteleras que también han desaparecido, viajantes de comercio, montadores, alicatadores, pintores… ¿Y dónde pernoctarán los posibles visitantes de las Edades del Hombre? Por ejemplo.

Hemos dejado la Industria, para depender de un Turismo, que nos queda grande por el momento, aunque el sendero está iniciado. ¿Dos meses en verano? por ejemplo sin aprovechar aquel tirón de lechal asado que tuvo en los 60 y 70 Cuéllar, que se dejó llevar por otras localidades cercanas.

Treinta años que parecen no ser nada, nos han dejado una gran cicatriz en el carnet de identidad. Nos han dejado con el sueño de una noche de verano, con una población in crescendo de foráneos, con una dependencia laboral de los pueblos, de los que antes éramos suministradores de servicios y hoy nos estamos convirtiendo en su ciudad dormitorio.

Cuando uno pasea, y lo suelo hacer a menudo, por las partes altas del pueblo ve como la economía ha dejado sus cadáveres, fábricas de muebles cerradas, de achicoria en el suelo, almacenes cerrados, naves en alquiler sin inquilinos, pisos sin vecinos, casas antiguas en el suelo, que por cierto dan un aspecto de decadencia y abandono a ese turismo que nos llega para ver los monumentos que circundan nuestro Castillo. Y observa las huestes de un pueblo.

Tampoco podemos creer que nuestras fiestas den de comer para todo el año, ni a la hostelería ni al vecino del pequeño comercio. Las modas han dejado también en ello su herida. El encierro no es la panacea para todos los males. El vermú y el encierro por el campo han ganado espectadores, el interés por las corridas ha caído en picado, las verbenas pasan desapercibidas…

No tenemos un triste teatro, donde al menos los espectadores puedan ver una obra o película en condiciones y no con tortícolis. Las nuevas industrias se acomodan en los pueblos donde se les da facilidades o las reportan mayor interés. Recientemente se habló de una ampliación de Resinas Naturales, pero parece que quedará en agua de borrajas, ojalá que no. Volver, como decía el tango de Gardel, es difícil, pero a mi generación nos quedan los sueños de un Cuéllar, que fue. Y si modas, inversiones o vaya usted a saber que, no lo remedian tiene la salud, precaria o muy precaria.

Siempre nos gusta presumir de pueblo, donde quiera que vamos llevamos su nombre como estandarte y permitirme, como una referencia a la nostalgia, recordar un eslogan muy conocido en casi toda la península por aquellos años, aquel que decía “Ahora ya no se dice te quieres casar conmigo. Ahora se dice te vienes conmigo a Cuéllar, a Muebles Las Heras”.

No me importa llamarlo nostalgia. O tal vez “Regreso al futuro incierto”, que en nuestro caso sería el ayer.