| Por Juan Carlos Llorente | | Fotos de Rafael cedidas por la A.C. La Plaga |

Es difícil rastrear en la historia de la Villa de Cuéllar la evolución de las cofradías de Semana Santa actuales, si es que existieron, antes de los años cincuenta del siglo XX. La ingente documentación que se deposita en el Archivo parroquial está esperando que alguien la investigue, y en tal caso, seguramente aflorarán datos al respecto, pero hoy por hoy, nadie lo ha hecho suficientemente. Ni el historiador Gonzalo de Trassierra, ni Balbino Velasco, cronista de la Villa, nos ofrecen datos al respecto, y faltan esos apuntes en los estudios monográficos que van viendo la luz en los últimos años.

Por ello, sólo podemos hacer conjeturas en base a la tradición, y a las propias imágenes procesionales que han llegado hasta nuestros días.

Deseo comenzar haciendo referencia a un hecho que la tradición avala, cual es el de que en la génesis y desarrollo de las procesiones y demás actos litúrgicos de la Villa, algo tuvieron que ver los frailes franciscanos de Cuéllar, que acompañaron la vida religiosa de Cuéllar, desde el siglo XIII hasta mediados del siglo XIX.

Dados como eran los franciscanos, tan proclives a representar en vivo, los acontecimientos del Nacimiento y Muerte de Jesús, no es difícil interpretar el hecho de que después del Concilio de Trento y fraguada la Reforma católica a últimos del siglo XVI, durante el siglo XVII, el siglo de la eclosión de los pasos procesionales, fueran ellos quienes en Cuéllar llevaran la iniciativa, y ello además, porque en esos momentos aún están vigentes la mayoría de las parroquias en que se dividía la Villa.

Podemos pensar que cada Parroquia hiciera su propia Semana Santa, por eso se habla, en diversos documentos de las distintas parroquias, de los contratos que se hacían a los pintores y escultores de la Villa, de gran fuerza y trascendencia para la Tierra de Cuéllar, para realizar los monumentos al Santísimo para la Semana Santa (por ejemplo, en las parroquias de Santa Marina, del Salvador…).

Precisamente hoy día, ya se ha reconocido uno de los pasos procesionales, concebidos como tal, en el del Cristo atado a la columna, que se atribuye al escultor Pedro de Bolduque de últimos del siglo XVI, cuando ya en la vecina Valladolid, la Semana Santa comienza a tener vigor y prestancia; lo mismo podríamos decir del Cristo yacente, obra de la escuela de Gregorio Fernández de principios del XVII. Curiosamente, según la tradición, los dos proceden del desamortizado convento de San Francisco y, en cuanto al `yacente´, sabemos que era de protección de los Duques de Alburquerque que eran patronos del convento y además de su propiedad.

Avala lo dicho hasta aquí sobre los franciscanos, el hecho de saber que también proceden de su convento el Nazareno y la Virgen de la Soledad; esta última da nombre a la plaza que antecede al pórtico de la iglesia y convento del dicho San Francisco, dado origen el nombre, precisamente, porque esta imagen de la Soledad, salía del convento tras el Cristo yacente, a cuya comitiva se añadieron en el siglo XVIII, las imágenes del Nazareno y de la Dolorosa, para sumarse a lo largo de los años el resto de pasos, que tras la desamortización del convento y la venta de la iglesia del mismo, fueron recogidas en lo que ya era la única parroquia de Cuéllar, la de San Miguel.

Precisamente, para el Cristo yacente, de brazos articulados que permitían a los frailes mantenerlo en cruz, descenderlo y después, como muerto, sacarlo en procesión, se construyó una capilla de trazas neoclásicas, de no grandes proporciones, en el lado derecho del presbiterio de la parroquial de San Miguel, y en el último tercio del XIX se mandó hacer una urna nueva para el Cristo, que es la que conserva en la actualidad. Asímismo se trasladó todo el altar (rococó) en que se veneraba a la Virgen de la Soledad a otra capilla de la misma iglesia de San Miguel y que hoy lleva su nombre.

El Nazareno llegó a dar nombre a la capilla en que se depositó tras la pérdida del convento y allí se le ha venerado hasta hace pocos años. Lo mismo sucedió con la capilla de la Dolorosa y la del Cristo atado a la columna, en sus distintas ubicaciones en dicha iglesia.

El meritorio paso del Calvario está y se venera “in situ”, en la Capilla de los Pardo, para la que se construyó en la primera década del siglo XVII, Calvario que, mucho después, se incorporó a las procesiones, como la Verónica procedente de un altar de la parroquia del Salvador patrocinio de los Velázquez del Puerco, altar que estuvo durante años en la parroquial de San Miguel.

Así pues podemos concluir que, dejando la liturgia de Semana Santa de antes del siglo XVI (finales) en cada parroquia (San Pedro, San Miguel, Santiago, El Salvador, Santo Tomé, Santa María de la Cuesta, San Martín, San Esteban, San Andrés, Santa Marina, San Juan y San Sebastián), a partir de esos últimos años del siglo, las procesiones y la liturgia principal de la Semana Santa cuellarana, tienen su sede en el templo y convento de San Francisco, asistiendo a ellas los curas del Cabildo y los frailes de los distintos conventos, amén, circunstancialmente, de los señores Duques de Alburquerque y los componentes del Concejo y población en general.

El cortejo nacía en la citada plaza de la Soledad para conducirse por el arco de Carchena y calles adyacentes, hasta la Plaza Mayor, para bajando por la calle de Santa Marina y por la de los Hornos, salir por el arco de la iglesia de San Pedro, para desde la calle de las Parras, llegar a la Plazuela de Santo Tomé y por la calle de la Concepción, llegar al convento de las concepcionistas franciscanas, para hacer una estación en la que se introducían los pasos en el templo y volver, después, de nuevo al convento de San Francisco. Presumiblemente la procesión del “encuentro” se realizaba también en la citada Plaza de la Soledad.

Terminada la actividad del convento y recogidas las imágenes en la parroquia de San Miguel, la trayectoria de las procesiones era la misma sólo que salían de la Plaza Mayor para, desde los aledaños del convento, volver a la Plaza Mayor.

Añadamos que los pasos eran llevados en andas por los devotos de cada uno de ellos, y que los asistentes, siguiendo a uno u otro paso, no llevaban traje penitencial y sí hachas y velas encendidas, así hasta los años cincuenta del siglo XX.

Para finalizar tengo que apuntar una tradición que hoy día se ha perdido, y es que, cosa que no conozco en ningún otro lugar de Castilla, siempre iba delante de los pasos, como uno más, una imagen de San Vicente Ferrer, quizá en recuerdo de que aquel Santo, convertidor de judíos, predicó la penitencia en la Tierra de Cuéllar en el siglo XIV. La imagen está en la iglesia de Santa María de la Cuesta.