Acto de presentación del libro Alfonsa de la Torre (1915-1993) en la poesía de la primera postguerra.


| Por Mª Carmen Gómez y José Luis Molina |

Hacia la recopilación de sus escritos desperdigados

Públicos o privados, los archivos suelen producir una especie de atracción irremediable cuando nos dejamos seducir por su contenido (sea o no parte de nuestra búsqueda investigadora), pues bien es sabido que un hilo conductor lleva a otro y este último a otros más, en un bucle que no parece tener fin. Esa implacable seducción por los documentos solamente puede verse truncada por el deterioro físico o la temida prescripción médica que prohíbe cruzar umbrales que en el pasado no fueron un límite.

Así le ocurrió a mi gran amigo José Luis Molina pues, tras prologar con gran voluntad mi primer libro, Alfonsa de la Torre, una flecha lanzada hacia lo alto en busca de una respuesta (2019), la temida prohibición médica llegó. Amargamente pensé que no seguiría confeccionando aquellas historias de recuperación literaria que muy pocos se arriesgan a hilar.

Han pasado más de tres años de aquella publicación y, el pasado 16 de marzo, el Sr. Molina cumplió la tierna edad de 81 años. Para mi dicha, lo que yo daba por perdido ha dado un vuelco inesperado gracias al insalvable tesón de una persona que se niega a abandonar su amor por lo que representa la recuperación literaria, pues esta es la medicina que alimenta su alma y le mantiene vivo; tanto es así que asevera no perder la esperanza de que juntos publiquemos un nuevo libro. El regalo de su onomástica recayó ese día en mí, pues me sorprendió enviándome dos gratos correos electrónicos que contenían estudios e investigaciones que inexplicablemente ha podido continuar realizando.

Su primer correo decía:

“La proliferación de revistas literarias y suplementos de periódicos que daban noticias de las novedades literarias y la aparición de nuevos valores poéticos, tanto antes como en la posguerra, hace de estas publicaciones un lugar revisable para hallar poemas de poetas que entonces se iniciaban en la publicación de sus escritos.

 Alfonsa de la Torre no iba a escapar de esa costumbre de la época y publicó en revistas que ahora debemos repasar por si hallamos un poema a recuperar como ha sucedido con PRISMA, Revista de estudios.

PRISMA es una revista estudiantil que solamente se mantiene en tres números. Corresponden a los meses de enero, febrero y marzo de 1935. Se encarga de esta publicación la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central (Madrid). A su desaparición, le sucede la Revista Almena.

Según la ficha bibliográfica de la Hemeroteca Digital de la BNE, en su primer número aparecen unas breves declaraciones del entonces catedrático de Historia Moderna y primer Rector de la Universidad en la posterior dictadura, Pío Zabala, en la que éste ofrece su consejo de lo que debe ser una revista estudiantil universitaria.

PRISMA combina en sus páginas el breve ensayo literario o histórico, con textos de creación literaria (poemas, prosas poéticas, cuentos o dramaturgia), con extractos de otras publicaciones, reseñas bibliográficas y noticias de la vida académica y estudiantil.

 Revisando los contenidos literarios del nº 1 de la publicación, en su página 15, aparece un poema de Alfonsa de la Torre que transcribo a continuación. Este poema aumenta el número de rescates efectuados y deja abierta la puerta para que, siguiendo el mismo camino, aparezcan nuevos poemas que nos permitan descubrir, analizar y completar el legado literario de tu poeta.

Haz con el romance lo que consideres oportuno”.

En su segundo correo electrónico adjuntaba un interesante y extenso artículo de investigación de 33 páginas relacionado con otra poeta muy ligada a la vida de Alfonsa de la Torre. Se trata de otra de las grandes olvidadas de la poesía de posguerra que desearía mencionar, pero lo evitaré en este escrito porque el Sr. Molina está trabajando en un estudio inédito que será publicado el próximo verano en la revista de ALDEEU · Spanish Professionals in America.

Ciertamente es asombroso el tesón de este Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia; asimismo, es increíble el número de publicaciones e investigaciones que ha realizado y que, en la medida de lo posible, aún realiza. Dado que en su primer correo me dijo que hiciera lo que considerara conveniente con el hallazgo del nuevo poema de Alfonsa de la Torre, me tomo la licencia para darlo a conocer,  con la sincera humildad que el permiso del Dr. Molina ha otorgado a esta “bachillera”.

En relación con el poema localizado, quisiera incluir unas breves reseñas sobre el contexto en el que fue escrito, delegando el análisis estilístico a personas con mayores conocimientos lingüísticos.

Se trata de un romance publicado en el número 1 de la revista PRISMA, que apareció en el mes de enero de 1935. La poeta tenía entonces 20 años y estaba cursando el primer año de Filosofía y Letras en la Facultad de Madrid con muchas dificultades, pues su hermano había fallecido en noviembre del año anterior con tan solo 10 años. Residía en la prestigiosa Residencia de Señoritas, dirigida hasta 1936 por María de Maetzu. Allí conoció a muchas mujeres, que posteriormente serían grandes escritoras y artistas (aunque no lo suficientemente reconocidas), con las que mantendría amistad buena parte de su vida (“Las Sinsombrero”).

La poeta participó y colaboró desde un principio en las diversas actividades literarias que surgían en Madrid, dentro y fuera de la Facultad y de la Residencia. Acudía con asiduidad a tertulias literarias, organizadas principalmente por mujeres, a conferencias y actos culturales relacionados con el teatro, la música y la danza.

Seducida por el entorno literario de Madrid, pudo conocer personalmente a grandes escritores como Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Pedro Salinas, entre otros. No tengo constancia de que asistiera a algún encuentro con Federico García Lorca, pero sí de su gusto por toda la poesía que se escribía en ese momento y por la de este autor en especial. Devoraba libros y, de hecho, pagaba el exceso de luz que se le concedía para poder leer. Resulta complicado enumerar todos y cada uno de los autores (de todas las épocas, estilos y nacionalidades) y todos los títulos de los libros incluidos en la tan prolífica afición de Alfonsa de la Torre por la lectura, por lo que solamente señalo algunos de los más representativos: Sófocles, Eurípides, Horacio, Bocángel, Lope de Vega, San Francisco de Asís, Dickens, Aristóteles, San Juan de la Cruz, Dámaso Alonso, Montesinos, Góngora, Chateaubriand, Mallarmé, Gerardo Diego, Esquilo, Menéndez Pelayo, Balderston, Rafael Alberti, F. García Lorca, Juan Ramón Jiménez, San Juan de la Cruz, Garcilaso, Berceo, Gobineau, Reinhart, Pieter, Anne Dozy, Rodenbach, Maeterlink, Verharen, Gabriele D’Annunzio, Girandaux, Anouilh, Laín Entralgo, Proust, Rilke, Kafka, Jung, Bachelard, etc.

En 2019 logré publicar la única obra de teatro de Alfonsa de la Torre que, por el momento, he podido rescatar: Cierva acosada. Iniciada en 1946, la obra nunca fue registrada, publicada, ni representada, a merced de la censura de la época. Recuperarla ha supuesto descubrir una Alfonsa de la Torre con un estilo literario de gran influencia lorquiana. Lo mismo podemos decir de este romance escrito en 1935, en el que el sentimiento de muerte se adueña de un corazón muy joven, la soledad se hace presente y la naturaleza ocupa un lugar importante.

Durante su primer año de estudios en Madrid, aunque empañado por la muerte de su hermano, se encontró rodeada de lo que más deseaba hacer; esto pudo salvarla de un primer exilio interior que ya comenzaba a formar raíces y que se traduce en pequeños poemas que vamos rescatando de archivos olvidados. De su etapa de juventud tenemos por el momento, Yo he soñado con Segovia y este último que me envía el Dr. Molina.

Es complicado aventurar si la poeta dedica el poema a alguna de sus dos abuelas (“¡Ay, abuela, la mi abuela, tan santina y tan galana!”), pues en las más de 500 cartas personales que he revisado no he hallado referencia alguna a este romance. Ella, Ildefonsa Teodora de la Torre Rojas, nunca conoció a su abuela paterna. De ella heredó el primer nombre y un “rosario de oro muy tello” que siempre llevaba consigo. De su abuela materna, de noble ascendencia y linaje, nunca habla en estas cartas. De esta última pudo heredar importantes documentos históricos y joyas familiares de incalculable valor que poco a poco fueron desapareciendo en los continuos robos y expolios a los que se vieron expuestos su hacienda y su legado literario.

Lo escrito y publicado, aunque requiera una infatigable labor investigadora, es lo que perdura para nuestro regocijo “pues en cuestiones de cultura y de saber, solo se pierde lo que se guarda, solo se gana lo que se da”, como afirmaba Antonio Machado.

 


 

ROMANCE DE LA ABUELA MUERTA

 

La cabaña estaba sola,
allá arriba en la montaña.
Cerca, una loba que aúlla
a veinte perros que ladran.
En las ruinas de un castillo
una lechuza embrujada
se está bañando en la sangre
misteriosa y azulada
de cien princesas dulces
que una noche descubrieron
en sus lechos degolladas.
La lechuza sibilina
entierra el día a sus plantas;
sus ojos de cien mil diablos
van sembrando nigromancias
en los hongos, en los muertos,
en las flores y en las aguas.

Ya se murió la abuela,
grita la niña angustiada,
de rodillas, rubia y triste,
besando las blandas canas.
La rapaza queda sola
para siempre en la cabaña.
Y no oirá la leyenda
de la doncella encantada,
ni el cuento de Pulgarcito
y Caperucita Encarnada.
¡Ay, abuela, la mi abuela,
tan santina y tan galana!
¡Está la noche tan triste,
tan obscura y tan callada!
Aúllan tanto los perros,
que da miedo en la cabaña.
La niña queda dormida
con la abuela amortajada;
en sus labios tiembla aún
un beso y una plegaria.

La cabaña estaba sola
allá arriba en la montaña,
la niña de brea y dulce
fabricada por las hadas
ya se ha quedado dormida
con el frío de la muerte
metidito en las entrañas.
Los lobos pasan dejando
las huellas de sus pisadas,
y la lechuza se engulle
las princesas degolladas.
¡Ay, muerte! ¿Por dónde vas
tan despacio y tan callada?
                        Alfonsa de la Torre