| Por Pablo Quevedo Senovilla |

“La tierra era un lugar maravilloso para vivir con aire limpio y agua clara. Un paraíso a la luz del sol”. Phil Bosmans.

Me gustaría que este relato fuese un ameno recorrido por las relaciones entre el hombre y su medio, lo que ha supuesto una de mis inquietudes a lo largo de mi vida.

Uno de los objetivos primordiales de todos mis escritos hasta ahora ha sido propiciar en la medida de lo posible el acercamiento a la naturaleza de todos aquellos que no lo han hecho todavía y que aún están a tiempo de comenzar a comprenderla y amarla como a la vida propia.

Es el camino inicial para advertir las agresiones que el ser humano inflige a su entorno natural, para acabar finalmente ofreciendo propuestas y métodos sencillos de cara a un feliz reencuentro.

Nací, crecí y he bregado durante todo este tiempo en un pueblo, como una isla en un mar de pinares, donde el río Cega lleva a depositar sus aguas al padre Duero. Aquí discurre por un entorno de esencia de trementina, entre una variedad y riqueza de árboles y arbustos que suponen una invitación a perderse.

Durante más de 70 años, una de las pasiones que ha guiado mi interés en principio, mi afán de conocimiento y mi atracción después por el río Cega ha sido la práctica del deporte de la pesca.

Hacia finales de los 50 y principios de los 60 comienzo a dar los primeros pasos como pescador imberbe. Una mañana de un domingo, creo que del año 1957, mi amigo Paco Madrigal me regala una caña que había pertenecido a su padre, de auténtica caña natural, la cual aún conservo como oro en paño.

Paco me propone entonces salir a pescar unos cachos al Molino Ladrón, en el Cega. Yo aún desconocía gran parte de los parajes y tramos del río. Pero él sí los conocía bien de haber acompañado de niño a su padre, don Paco el practicante, un gran aficionado a la caza y a la pesca de toda la vida, que sembró este interés en sus cinco hijos.

En aquellos años, el río Cega no traía truchas a su paso por Cuéllar, por lo que nos centrábamos en el cacho y la bermeja. Sí había trucha común en Navafría, La Velilla y Pajares.

Como digo, este primer día nos acercamos al Molino Ladrón, encargándose mi ya experto compañero de dirigir toda la jornada. Llegamos a una zona llamada Los Farallones, en cuyo alto aparcamos su coche, para acceder al río por una senda con gran pendiente. Nuestro objetivo era llegar al denominado bodón del macho, aguas abajo.

La mañana comenzaba su amanecida con una brisa fresca. Una especie de neblina salía del agua y se iba elevando hasta desaparecer en lo alto. Abrigados como requería el momento, íbamos en silencio escuchando una música encantadora de principios de mayo. El canto del cuco resonaba en toda la ribera. Lentamente, se hacían hueco los rayos solares entre las ramas de los lombardos.

 

Un sueño

En esa hora posterior al albor de la mañana, con sorpresa, nos encontramos con una visión como un sueño. Una pareja de patos azulones (Anas platyrhynchos) nadaba sobre el agua con doce crías a su alrededor, como puntitos de brillantes negros.

La imagen nos dejó paralizados, camuflados entre las aneas y los juncos. ¡Qué belleza ante nuestros ojos! Sin decirnos palabra, Paco y yo nos miramos y sonreímos, entendiendo que la naturaleza nos estaba premiando, como lo hace con todo el mundo que la demuestra amor y respeto.

Los ánades no llegaron a percatarse de nuestra presencia, hasta que el sol se lanzó con furia y la claridad llegó como una explosión.

Desde dentro del río, con los vadeadores, el lugar nos parecía comparable a un paraíso desconocido, donde todo es vegetación, un mosaico de fresnos, alisos y sauces, y un agua limpia de aquellos tiempos que hasta se podía beber.

Comenzamos a lanzar nuestras cañas sobre los pequeños regatos, salpicados por láminas de ovas de un verde con un brillo intenso. Conseguimos enganchar unos cachos y unas bermejas con facilidad, pero también con satisfacción.

La jornada se completó con el espectáculo que nos brindó un martín pescador, esa pequeña esmeralda emplumada de agua que se mantiene de pequeños peces. Vimos cómo se zambullía a gran velocidad desde una altura considerable y, tras romper el espejo del agua, pinzar a la escurridiza escamada.

Tras este primer día, la fiebre por la pesca ya se había apoderado de mí, haciéndome comprender la realidad de la vida sana y saludable.

Si alguna de las personas que lee este relato siente la llamada del río, le invito a conocer una amanecida de verano en el bodón del macho. No se arrepentirá.

Desde aquel día de la visión de los azulones con sus crías, han sido innumerables los momentos vividos con esta pasión de la pesca proporcionándome situaciones de gran felicidad.

 

Encantos y alicientes

El río ofrece numerosos encantos y alicientes. Uno de ellos es el arte de la pesca, al que puede acceder cualquiera con un poco de destreza, pues creo que no presenta la menor dificultad. Una caña, un carrete, un sedal, un plomo y un flotador pueden resultar suficientes. De cebo, por aquel entonces, lombriz, gusarapa, gusano de canutillo o gusano verde.

Más de 60 años practicando la pesca dan para mucho que contar. Pero por encima de todo quiero subrayar que siempre he cumplido con las reglas marcadas por la ley de pesca.

Contar la vida de pescador tiene su atractivo. Pero el que lo disfruta es uno mismo, cuando está en activo, con unos peces en la chistera.

La provincia de Segovia no tiene unos ríos trucheros comparables a los de otras provincias, como por ejemplo León. Siempre las zonas de montaña ofrecen más alicientes.

Pero me genera enorme tristeza el comprobar cómo las aguas se van contaminando hasta hacer desaparecer a especies de peces que antes abundaban. Estamos consiguiendo que con el tiempo llegue una vida imposible de vivir en esta tierra. Y no hay plan B, como dice la activista sueca de 16 años, Greta Thunberg.

Hace 80 años, cuando yo nací, las aguas de los ríos se podían beber. Hoy, si lo haces, te puedes morir como los peces.

Con los ríos contaminados, ante la desaparición de la trucha común, los gestores encontraron una solución haciendo repoblaciones de trucha arco iris. La medida fue aceptada, pues fue una forma de que los pescadores siguieran practicando su deporte favorito.

Pero tras la consideración de la trucha arco iris como especie exótica invasora, los cotos de pesca intensiva han desaparecido.

Es verdad que la nueva situación nos ha sacado del río a muchos pescadores de edad. Pero estoy de acuerdo con la medida, si sirve para dar una solución al futuro incierto, con tanto vertido contaminante a los cauces de los ríos.

Quisiera ser optimista, pero en esta ocasión me cuesta mucho pensar en positivo. Ojalá la realidad me lleve la contraria.