| Por José Ramón Criado |

Sorteando el caprichoso cambio de fechas que han sufrido las Jornadas de Investigación histórica (28 y 29 de marzo), para esta edición he podido estar presente en las mismas y esta es mi crónica de lo en ellas visto como asistente incómodo (para la organización). No será este el primer análisis crítico, porque ya le vino por adelantado a las Jornadas cuando el Colectivo feminista de Cuéllar 8 M reprochó a la organización su oportunismo por el tema elegido (Mujeres en la historia, mujeres de leyenda) y sobre todo por la escasa participación del género femenino en las ponencias, solo dos del total.

No escribo estas líneas para minar las Jornadas, soy partidario de que se hagan. Las Jornadas ya llevan marcada su propia fecha de caducidad por el carácter endogámico de las mismas desde sus inicios. Son siempre los mismos ponentes los que desfilan por la tribuna y algunos ya hasta sienten cierto rubor y lo verbalizan (otros no). Esto es lo que se oye en el auditorio, aunque no sé si ellos se enteran. En cifras, de las diez ponencias, siete fueron impartidas por profesores asiduos a las jornadas (todos del mundo del Derecho), más el invitado catalán, también jurista.

El triunvirato formado por el autodenominado “comité científico” viene siendo fijo por decreto. El Sr. Hernanz, que además actuó como presidente, presentó las Jornadas como una “amalgama” de temas relacionados con personajes femeninos, de donde se deduce la tangencialidad y superficialidad con la que se iba a abordar el asunto elegido (ahí cabía casi todo). Dejando claro que para nada se iba a tocar lo social y que no se hablaría de igualdad de género, ni habría comparaciones con los hombres. Dijo el presidente que se hablaría un “poquito” de la mujer de Cuéllar, salvándole este punto la oportuna participación de Carmen Gómez Sacristán, con su magnífica exposición sobre Alfonsa de la Torre, a la que conoce como nadie. Otro poquito Mauricio Herrero, al que se le encargó bucear en la Colección Diplomática de Cuéllar para rescatar a mujeres de la Villa, y más receptivo a mi intervención al final de su exposición que el propio presidente, que me reprochó haberme adelantado en la misma.

En su turno fijo, Javier Hernanz no arriesgó nada y no se salió de su zona de confort y nos habló de La mujer en Roma (¡), bastante cabe en la flexibilidad del tema. Al minuto cinco abandoné la sala. El segundo del triunvirato, Ricardo Mata, ponente vitalicio, delega este año en un joven colega del derecho penal que hablará sobre Concepción Arenal, y al que se le percibía tenso desde mi rifirrafe con la mesa.

El segundo día de las Jornadas, el Dr. Martínez Llorente, buque insignia del comité, reeditó su charla del verano pasado sobre las mujeres de Pedro I. Sorprendentemente, o sabedor de mi presencia en el auditorio, pasó de puntillas sobre el asunto de las bodas de Juana de Castro en Cuéllar, evitando así el debate y la polémica que en su día tuvimos. Ya no estaba seguro de casi nada y nada aportó sobre la Historia de Cuéllar, como se nos había vendido en la presentación de las Jornadas. Me di por satisfecho y nada dije, porque creo que ha sabido leer el mensaje, que no es otro que no debe infravalorar al auditorio y hablar con esa ligereza y falta de rigor. Citas en su trabajo: cero. Todo era de su creación a partir de la Crónica de Alfonso XI.

Son la prueba de que en estas jornadas históricas no hay historiadores. Las organizan gentes del mundo del Derecho nostálgicos de no haberse dedicado a la Historia. Es en este desequilibrio, maquillado con la inclusión esporádica de algún historiador profesional, donde hallamos el otro fallo de las mismas y donde también van heridas. Prefiriendo catedráticos porque juegan en otra liga; así, colegas historiadores de la villa, que en su día fueron ponentes, ahora ni aparecen por las jornadas.

Citando a otros de los intervinientes, a Serrano Saura se le disimula en el programa que también es jurista señalando escuetamente que es profesor de la Universidad Internacional de Cataluña. De los pocos que citó sus fuentes al hablar de Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, pero, hablando en Cuéllar, no supo sacar partido a la relación de esta señora con María de Velasco, mujer del cuellarano Juan Velázquez, y a la caída en desgracia de este último por culpa de la viuda.

Asiduo desde los inicios sigue siendo Luis Velasco, catedrático de derecho mercantil que habló de la mujer comerciante, pero no nos trajo ningún ejemplo de una sola mujer “comercianta” cuellarana. Me atreví a documentársela yo mismo.

Ignacio Ruíz se lleva la palma de comparecencias en Cuéllar como profesor enlace con la Universidad Rey Juan Carlos; reeditó también su estudio sobre un transexual en la España de Felipe II, que ya había expuesto el año pasado. Este profesor ya ha merecido, como otros ponentes, la medalla de las Jornadas, que es ser Alférez Mayor en la Feria Mudéjar de la villa, como colaborador necesario para el asunto sefardí en Cuéllar y que corresponde a su anfitrión, el Sr. Hernanz, llevándole a las Jornadas de su pueblo: Tarazona.

Mi actitud vigilante hacia la organización de las Jornadas surgió con motivo de mi participación como oyente en la segunda entrega de las mismas. Para optar entonces al crédito de formación presenté un trabajo de 40 folios sobre cuellaranos en la conquista de América. Se me remitió acuse de recibo del mismo (que guardo para mi defensa), y nada más. Generosamente di a conocer en ese trabajo mis fuentes: la desconocida Historia de Cuéllar de D. Manuel de Rojas (1763). Enseguida, Ricardo Mata utilizó esta fuente para su libro sin decir por dónde le había llegado. No es plagio, pero sí mala praxis. La precipitada lectura de la historia de D. Melchor, y su falta de rigor y análisis crítico, le condujo a un  torrente de errores y contaminación de la historia de difícil solución. Nunca lo ha reconocido, o ni siquiera es capaz de saber en qué se ha equivocado. Afortunadamente su libro no ha tenido proyección, aunque en su día fue presentado por toda la guardia pretoriana de juristas de las Jornadas como algo extraordinario.

Las Jornadas de Investigación histórica nacieron como un curso de verano que pretendía ambiciosamente “convertir a Cuéllar en núcleo central en el mundo de la investigación y de las universidades”. Por mi percepción y experiencia en ellas, pero sobre todo por la dinámica degenerativa de estos encuentros de juristas, no son sino un bolo que un grupo de colegas de la Historia del Derecho se organizan con el pretexto de hablar sobre un tema histórico. Como se ha señalado, además se retroalimentan cuando son llevados por sus propios invitados a las jornadas que estos organizan. Mientras sigan financiadas con dinero público, tendré la entrada abierta.

La presencia de asistentes en la sala se garantiza con el acicate que ofrecen a sus propios alumnos de la Facultad de Derecho de Valladolid, que acuden para ganar ese crédito de formación, que solo tiene validez en su propia Universidad (a mí no me sirvió de nada). La organización recela de que en los descansos el asistente molesto pueda interactuar con estos jóvenes por si le cuentan algo que aún no sepa.

Algo sí he aprendido de las Jornadas: si ellos como juristas pueden historiar, yo, como historiador, puedo fiscalizar.