|  Por Pablo Quevedo Senovilla  ||  Foto: Gabriel Gómez Galicia  |

Viernes, 27 de septiembre de 2019. Celebración de la huelga mundial por el clima.

Hoy me despierto obsesionado por la ausencia de gorriones que llevo observando desde hace varios días en el entorno de mi casa.

Tengo la costumbre de echar todas las mañanas desde la ventana las sobras de pan y algún trocito que me regala el panadero, con el fin de atraer a los pajarillos y verlos picotear sobre las migas.

Todo lo hago por mi afición a la vida natural: aves, plantas, árboles y todo tipo de bichos vivientes, por cuyo conocimiento siempre he tenido curiosidad y respeto, además de tenerlos cerca. Me proporciona satisfacción ver a los gorriones devorar trocitos de pan. Pero desde hace ocho días compruebo alarmado que el pan sigue ahí y no veo un solo pajarillo por ninguna parte del barrio.

Tengo un sentimiento de preocupación por el cambio climático, del que tanto se habla ahora. Nos encaminamos a pasos agigantados a una España erosionada, salinizada, sin agua potable y sin nieve en el año 2100. La mayoría de las niñas y niños que ahora nacen lo van a conocer.

Los expertos de la ONU para el cambio climático han elaborado un informe en el que dedican varios apartados a los efectos que tendrá el clima en la península ibérica.

Esta mañana he ido con un amigo a dar un paseo al parque de la Huerta del Duque. Otras veces, hemos visto agua en varios manantiales, así como pajarillos bebiendo en los mismos. Hoy apenas hemos visto algún regato y los pájaros han desaparecido. En todo nuestro paseo, solo hemos avistado la presencia de dos mirlos y otros cuatro pajarillos que no hemos identificado.

Comprobamos una diferencia enorme de lo que había a principios de la primavera a lo que encontramos a principios de otoño.

Las noticias de los periódicos ponen los pelos de punta. Los expertos internacionales, todos ellos científicos, nos alertan de la evolución que va a sufrir el planeta fruto del cambio climático.

Todavía no lo damos importancia. Todos lo sabemos. Pero seguimos contaminando como si no existiera el mañana.

Recorro los caminos del entorno de Cuéllar y sigo viendo cantidades bestiales de bolsas de plástico, botellas, botes e innumerables desperdicios. Este verano pasado, en estos mismos lugares, me dediqué a recoger toda la basura que encontré y a meterla en bolsas para dejar el entorno más o menos limpio.

He vuelto a los dos meses y veo tanta o más basura que la recogida en su día.

¿Qué podemos hacer? Si nosotros, que no representamos nada en un mundo tan grande, no tenemos nuestra casa limpia, ¿qué vamos a esperar de un mundo mejor?

Pienso en los niños de hoy, en lo que se van a encontrar cuando sean mayores, una naturaleza destruida, sin pájaros, sin vida silvestre, sin flores, sin árboles, sin agua, sin nieve.

Todavía confío en que algún día salte la alarma y todos nos pongamos manos a la obra, sembrando nuestra semilla para frenar el cambio climático y la autodestrucción a la que nos dirigimos.