|Por Isaías Rodrigo|

El 25 de enero de 1938, en plena guerra civil, tuvo lugar una aurora boreal que fue visible desde toda la península. La luz predominantemente rojiza, ocasionada por el helio y el oxígeno atmosféricos a baja altitud, presentó su máximo exponente entre las 20.00 horas y las 03.00 horas de la madrugada del día 26 de enero.
Los testimonios son muy numerosos. Paco Bellido en su blog “El beso de la Luna” refiere alguno de ellos, destacando el relato de José Luis Alcofar en su libro “La aviación legionaria en la Guerra Española”. Según Alcofar, en Barcelona después de un día de intenso bombardeo, la moral de la tropa se vio muy afectada por la aparición de esas luces inusitadas. Juan José Amores Liza, en un artículo, transcribe varios testimonios recogidos en Alicante. El diario ABC del día 26 informó que en Madrid se pensó que se trataba de un incendio lejano. Como desde la ciudad la aurora se veía hacia el noroeste, se pensó que ardían los montes del Pardo. Pero pronto se dedujo, por la altura y gran extensión de la luz, que se trataba de un fenómeno meteorológico.
En algunos sectores católicos, la aurora de 1938 se asoció con una profecía de la Virgen de Fátima. En el segundo misterio, revelado por los niños que dijeron haberlo recibido de la Virgen el 13 de julio de 1917, puede leerse: “Cuándo ustedes vean una noche iluminada por una luz desconocida, sepan que esto es el gran signo dado a ustedes por Dios que él está a punto de castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre…”. Naturalmente hubo quien vio en la aurora el gran signo que anunció la segunda guerra mundial y por ello, esta tormenta solar se conoce a veces como la ‘tormenta de Fátima’.
Más allá de las interpretaciones religiosas y exégesis meramente supersticiosas, la aurora de 1938 supuso un hito peculiar en la guerra civil española. Un fugaz paréntesis que quizás sirvió para que las gentes elevasen los ojos al cielo, fascinados unos, asustados otros, pensando muchos que hasta los cielos se enfurecían por la barbarie de la guerra.
En Cuéllar se  vio y vivió de manera espectacular. Aquello parecía una gran hoguera alejada. Pero era tan grande el miedo que produjo que yo como veía a mi madre llorar del miedo que tenía junto a las vecinas que hacían igual, pues parecía un valle de lagrimas. Chicos y mayores todos asustado y con el pánico de la guerra aquello remató el susto. Hubo una vecina que cual fuera su ignorancia que se la ocurrió decir, a otras vecinas, “esto es el reflejo de la sangre de la guerra”. Fuere lo que fuere aquello parecía que en pocos minutos seríamos todos devorados por el fuego.

La noche se pasó sin dormir, pues no daba sueño a nadie aquel fenómeno natural, por el horror y el miedo pasado. Ahora después de 78 años hasta nos permitimos reír, pero aquella noche no daban ganas más que de llorar. Yo tenía 14 años y aquella estampa del cielo todo rojo y fuertemente colorado da miedo al recordarlo.