| Por Francisco Salamanca | | Fotos: Gabriel Gómez|

Todo estaba a favor de obra: una feria de junio seria, con mucho ambiente, la expectación por los toros emblemáticos de D. Salvador y dos toreros cuajados en plazas de toros duros con un aspirante a entrar donde le dejen. Y estos días de no fiesta en Cuéllar, de calles y terrazas engalanadas de pañuelos rojos, con los que burlar la pandemia que mantiene a los encierros en cuarentena.

La floja entrada hizo un regate a la recuperación del abono, los toros de Cebada, impecables de presentación, no dieron la talla esperada y toreros y cuadrillas convirtieron la lidia en un esperpento. Los pañuelos rojos renegaron del toro no encerrado y se quedaron en las terrazas.

Carcelero se llamaba el primero, valió. Alberto Lamela es un torero que tiene oficio suficiente para lucirse con estos toros, incluso podríamos admitirle comprensión en la no lidia de su segundo, un precioso cárdeno carbonero al que no fue capaz de darle un solo muletazo en la faena. Pero con el primero estuvo muy por debajo de sus posibilidades, el toro se le coló en el primer muletazo y ya no paró de bailar a su alrededor, rematando con unas manoletinas al salto, suerte consistente en retirar el bulto, tras el cite, con un impulso hacia el lado contrario al que viene el morlaco. A pesar de ello, se le aplaudió tras el arrastre y saludo desde el tercio. En el cuarto se silenció su inoperante labor.

Desgreñado fue el segundo, también valió, el único que dio la cara en el peto, abajo y empujando con codicia, y al único que se aplaudió mayoritariamente en el arrastre, aunque perdió quilates en la muleta. Cristian Escribano maneja el capote con soltura y poder, lo demostró ayer en sus dos oponentes y hasta en tres ocasiones se llevó al toro del caballo, corriéndole hacía atrás, sin robarle un capotazo. Destacó entre sus compañeros de terna también con la franela, pisando los terrenos del toro y logrando algunas series rematadas de calidad. Mato de una buena estocada y obtuvo un apéndice del respetable. Con el quinto buscó la puerta grande, muletazos de rodillas para iniciar la faena, que acabaron en sobresalto. El de Getafe se alivia y el toro que dice que vengas tú. Dos avisos y silencio

Miguel Ángel Pacheco demostró su bisoñez ante el peligroso burraco con el que debutó en el coso cuellarano. Toro aplaudido de salida que recibió una lidia infame que acabó con todos sus recursos. El diestro dudaba, a veces se venía, otras veces se iba. Vamos, un sin estar. El sexto, un toro agalgado más recogido de cara y de menor porte que sus hermanos, acusó sobremanera el primer trompazo con el caballo y se quedó de dulce, cual Jandilla. Pacheco se lo pasó por ambos pitones, con la suavidad que requería y es que el toro humillaba, metiendo la cara en los vuelos de la muleta. Estocada efectiva y oreja.

Las cuadrillas demostraron falta de oficio en los primeros tercios, llegando a ser grotescos, indignos de este espectáculo.

En el lado positivo de la balanza estuvo la Banda Municipal de Música de Cuéllar, lo más aplaudido en la tarde de ayer, que nos sigue sorprendiendo a propios y extraños.