|  Por Pablo Quevedo Senovilla  ||  Fotos: Pablo Quevedo Senovilla  |
Mirador privilegiado y atalaya inconfundible, el paraje cuellarano de Las Lomas supone un enclave imprescindible en esta próxima primavera para todos aquellos enamorados del espectáculo que suponen sus vistas y el relajamiento que ofrece el paseo. El encanto del paisaje contrasta con las agresiones que ha sufrido y que aún permanecen, en vez de preservar, cuidar, mantener y respetar esta joya natural como merece.

Estoy en el lugar donde vivo. Camino con libertad porque veo más, huelo más, escucho más, percibo más… El sol me acaricia, el viento me oxigena y los aromas del sendero son un alivio.

Me hallo en el corazón pétreo de la zona más alta de Cuéllar, donde todavía reposan unos pinos piñoneros (Pinus pinea) desde hace más de un siglo, pareciendo hacer guardia día y noche, para dar vista al mundo que los rodea, envueltos en toda clase de construcciones de tecnología puntera.

La loma se despliega en un alto ventanal, como un sueño de piedra que mira hacia todas partes. Es un mirador de lujo, acercándose hacia el cielo, con dispersos cúmulos en reposo, a la espera de la orden pertinente para la descarga de la lluvia fina, que llene los caminos de lagunas donde todo quede reflejado.

Tengo la esperanza de ver la próxima primavera el retorno de la vida, con la explosión de colores, sobre esta tierra seca y gris de Castilla. La escasez de agua es nuestro castigo, siempre lo fue. Y ahora más.

Tiene que brotar la sangre de la tierra repleta de amapolas. El tomillo florecido perfumará el camino y luego dará el toque de gracia a los guisos caseros. La salvia salvaje desprenderá su aroma para salvare y curar de enfermedades que acechan (*).

Y hasta el cardo borriquero volverá a convertirse en la despensa de los pajarillos, jilgueros, verderones, verdecillos, pardillos, pinzones y otros fringílidos.

Las Lomas ha sido la paleta multicolor de Florines, donde el pintor de Sacramenia podía expansionar su arte con una variada gama cromática para luego plasmar en lienzo ya en su casita de Bahabón de Valcorba.

 

El Castillo de los Duques de Alburquerque visto desde Las Lomas. | Foto: Pablo Quevedo Senovilla |

Las vistas

Dirigimos los ojos hacia el sur, deslizando la mirada por caminos terrosos, donde poder avistar algún conejo o liebre, perdices y corzos.

Los prismáticos son imprescindibles en el recorrido, para alcanzar el vuelo del milano real, el águila ratonera, el buitre leonado, alguna cogujada, la calandria…

Sobre un mar de pinos resineros, se vislumbra al fondo la silueta de la sierra. De este a oeste, Somosierra, Guadarrama, Gredos. Y allí, prendidos con alfileres, Siete Picos, la Mujer Muerta, Peñalara… con perfiles de nieve brillante los días de sol.

No hay cansancio para la mirada atenta de la observación. Son paisajes de postal, en los que se recrea la máquina fotográfica, captando numerosos rincones que ofrecen satisfacción y llenan la mochila de alegría.

Y antes de despedirse, habrá que mirar hacia el norte, cuando el cielo empieza a cambiar en el lento transcurrir del tiempo, envuelto en una luz ardiente, de intensos matices rojizos que estallan a borbotones, mientras la oscuridad se lo come todo por el oeste.

Es el momento del final de un espectáculo visual cargado de sensaciones, reflejado sobre unas murallas medievales del Castillo de los Duques de Alburquerque (**), el monumento más emblemático de la villa.

Todos estos mimbres considero que hacen de justicia la petición de una limpieza general de Las Lomas, llamamiento que desde aquí traslado al Ilustrísimo Ayuntamiento de Cuéllar.


 (*) Para no cansar al personal, dejo sin citar en el relato otras especies abundantes de flora como malvas, siemprevivas, pamplinas, llantén, cardo palustre, soplabobos, margaritas, verbascos, oropesa, viborera, corregüela, jévena, lechetrezna…
(**) Castillo de los Duques de Alburquerque. Bien de Interés Cultural desde el 3 de junio de 1931. Aparece documentado en 1306.