| Por Francisco Salamanca. \ Fotos: Gabriel Gómez |

Corrida de toros de Cebada Gago y uno de Valdemoro, para rejones, por la celebración de San Miguel Arcángel, patrón de Cuéllar. De luces: Octavio Chacón y Juan de Castilla, que sustituyeron a los anunciados Román e Isaac Fonseca, que tiraron de médico de cabecera para ausentarse del compromiso, acompañados de Jorge Isiegas. A caballo Óscar Borjas. Unas mil personas asistimos al festejo.

A las ocho y media de la mañana se abrieron las puertas de los corrales del río Cega con motivo de encerrar, al uso tradicional de la villa, los seis ejemplares de la ganadería gaditana arropados por los mansos de las familias Caminero y Mayoral, responsables de la dirección de campo del encierro. La conducción de la manada, problemática desde el inicio, terminó desembocando en un traslado accidentado donde el exceso de caballistas desperdigados, sin aparente control, fue un ejemplo de lo que no debe ser este encierro. Los toros, que ganaron la partida a los jinetes, entraron en la calles cual rosario: un toro, dos toros, tres bueyes, seis bueyes, otro toro…

El resultado del encierro no barruntaba optimismo para el festejo de la tarde, incluso es posible que desanimara a muchos de acudir a la plaza, pero los toros acallaron los malos augurios saliendo airosos del festejo, muy por encima de sus oponentes.

La apuesta municipal por un toro serio, a la altura del prestigio que creemos debe tener nuestro encierro, debe ir acompañada de un traslado campestre que asegure mucho más el resultado, porque los cuellaranos pueden decidir, a medio plazo, hacer un corral de suelta en el embudo.

Octavio Chacón, de tirita y oro con cabos negros, tuvo en suerte el mejor lote. Su primero, un colorado chorreado, descolgado de carnes y de buena presencia por delante, que apenas cumplió en varas por la miserable carioca que le instrumentó el del castoreño, galopó de lejos, con fijeza y entrega, metiendo la cara en la muleta con mucha calidad. El de Prado del Rey tuvo temple y excesiva precaución, alejándose en los encuentros con el toro lo que le daba el brazo y la muleta, culeando, cosa mala,  en los de pecho. Los naturales de lejos, muy de lejos, no llegaron al tendido, que acalló su labor tras dos pinchazos y estocada contraria que remataron los peones en una rueda antirreglamentaria. Su segundo, un toro negro zurdo (cuernos de diferente tamaño pero de igual conformación), cuajado y serio, que se repuchó en el peto, fue canela en rama en la muleta. Tras un sainete con las banderillas el de Cebada se tragó diez series, por ambos pitones, que pusieron en evidencia la lejanía del torero. ¡Qué pena! Fue tan bueno el toro que tapó los defectos del de luces, que arriesgo poco. ¿Quizá en otra plaza de mayor trascendencia hubiera echado el resto? Nunca lo sabremos. Estocada desprendida, dos orejas. Salió por la puerta grande.

La calidad del toro en la muleta también debió confundir al presidente, que le regaló la vuelta al ruedo reservada a los toros que muestran excepcional bravura en la lidia, que en mi opinión faltó en el caballo. Se ha puesto muy de moda esto de premiar con una vuelta al ruedo el conjunto del resultado ganadero de un festejo taurino, muy al albedrío del que maneja los pañuelos, que entiendo debe ser inflexible en el cumplimiento reglamentario. Bastaría, si no, un aplausómetro para decidir los premios de un festejo taurino.

Juan de Castilla, de gris plomo y oro con cabos blancos, le tocó el peor lote. “Estupendo” se llamaba el tercero de la tarde, el único que no corrió el encierro, estrecho, flojo en varas y de cuerna defectuosa que llegó despitorrada a la muleta. El de Medellín estuvo a la altura en una faena complicada por el punteo y cabeceo constante del morlaco, ¡un desaborío! Estuvo correcto en la jurisdicción que le permitía el toro y el público le premió con una oreja tras una estocada tendida. Con el sexto de la tarde, que se dejó en el caballo, un sardo bien plantado con cuajo y dos serias perchas, como tarjeta de presentación, inició la faena de hinojos en el centro del platillo. El toro se venía de largo pero en el embroque se volvía andarín reclamando sus terrenos. Buenos muletazos por el pitón izquierdo, algunos hondos. Remate de rodillas, estocada desprendida y dos orejas, puerta grande.

Jorge Isiegas, de blanco y oro con cabos blancos, no pudo con sus dos toros, que se fueron al matadero sin torear. Desbordado por el compromiso, al igual que su cuadrilla, nunca debió estar en esta corrida.

Óscar Borjas, rejoneador burgalés, abrió plaza con un toro de Valdemoro, excesivamente arreglado pero que sirvió para la lidia. Se silenció su labor tras una faena llena de imprecisiones en todos los tercios. Pinchazo y estocada trasera.


Ficha del festejo

Un toro de Valdemoro, de rejones, justo de presentación para Óscar Borjas. Silencio. Seis toros de Cebada Gago desiguales, estrechos: 1º, 2º y 6º, con cuajo: 4º y 5º, todos con trapío por delante, excepto 2º y 3º, encastados, de excelente condición para el último tercio: 1º, 3º, 4º y 6º, manseó el 6º, bravucón en el caballo, que terminó en chiqueros. Octavio Chacón, dos orejas en su segundo, Juan de Castilla, oreja y dos orejas, ambos salieron a hombros de la plaza de toros. Jorge Isiegas, aviso y dos avisos, pitos y bronca. Vuelta al ruedo al quinto de la tarde (4º de Cebada Gago).

Los toros de Cebada Gago siempre se han caracterizado por su fiereza, integridad, complicada lidia y excelente lucha en el tercio de varas. Características que les premian para estar en las ferias más toristas de España y Francia. La evolución de este hierro en la busca de un toro más toreable es cada vez más patente, y el festejo que vimos ayer así lo demuestra. La pena es que en el primer tercio van perdiendo enteros.