Imagen de la Virgen del Rosario en el lugar que ocupa en la iglesia de San Miguel. | Foto: Gabriel Gómez |
| Por Juan Carlos Llorente |

La imagen medieval de Nuestra Señora de Santo Tomé, y después, a partir del siglo XVII, del Rosario, está reconocida como una de las imágenes segovianas de singulares características, como lo apuntó en su día la prestigiosa historiadora del arte, Elena Gómez Moreno, con ocasión de la “VII Exposición de arte antiguo”, en 1954, exposición que llevaba el título de “Iconografía Mariana en Segovia” sobre la que se editó, por parte del Instituto “Diego de Colmenares”, un catálogo en el que, Gómez Moreno dice: “Con el estilo gótico, una oleada de amable naturalismo vino a animar la imaginería, singularmente las representaciones de la Virgen.

Una hermosa imagen de Cuéllar, muestra un buen ejemplo de ello, en que el Niño, desentendido del espectador, sonríe, alargando la mano hacia la flor que su Madre le ofrece. Todo el espíritu amable del gótico francés, se refleja en estas representaciones, en las que el valor humano se va acentuando progresivamente”.  Gómez Moreno data la imagen en torno al año 1.300 y presupone que el estilo del gótico inicial, conlleva la llegada a Castilla de la influencia del arte francés a través de Navarra.

La imagen, con una altura de 1,07, representa a una dama sedente, tocada de cofia blanca que cae sobre el manto, que es de color dorado en su exterior y rojo en su interior; viste túnica azul que, junto con el manto, cae hasta los pies, cubriendo por completo el derecho y dejando entrever el izquierdo calzado con zapato negro.  El Niño, sobre la pierna izquierda, viste capa dorada con ribetes negros al exterior, y es de rojo el interior; la túnica es verde. El Niño tiende su mano derecha hacia la Madre que le ofrece una flor; el Niño, en su mano izquierda, porta lo que pudiera ser un libro o la esfera terrestre.

Desde hace siglos, la imagen ha recibido culto por parte de sus Cofradías, la última de las cuales lo hizo hasta mediados del siglo XX. Durante la Edad Media, se detecta ya una especial devoción de los cuellaranos por esta imagen a la que invocaban en rogativas para paliar los efectos de la climatología adversa o de las cíclicas “pestes” o guerras; la imagen, se sacaba en procesión desde la iglesia de Santo Tomé hasta la iglesia de San Miguel, costumbre esta que dio nombre a una calle cercana a la Plazuela de Santo Tomé, calle que hasta nuestros días se denomina “del Rosario”.

La imagen recibió la titularidad del Rosario a partir del último cuarto del siglo XVI, para afianzarse en el siglo XVII y popularizarse en el XVIII, sobre todo cuando la Cofradía del Rosario comenzó a celebrar el día de la Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel, a primeros del mes de julio, para cuya celebración solicitaba ayuda del Ayuntamiento para organizar y costear novillos o toros en la Plaza Mayor, costumbre que ya en el siglo XVIII se celebraba como fiesta patronal, hecho que se refleja en las actas municipales cuando se dice “Fiestas de la Virgen del Rosario, Patrona de la Villa desde tiempo inmemorial…”. Tal fue el arraigo y devoción a la Virgen del Rosario, que en siglo XVIII se detectan dos cofradías del Rosario, una, la más antigua, en la parroquia de Santo Tomé, y otra en la de San Miguel, donde se veneraba, desde los últimos años del siglo XVI, la imagen de la Virgen del Rosario que esculpió, casi con plena seguridad, Pedro de Bolduque, imagen que sigue presidiendo el altar mayor de dicha iglesia, obra por su parte, de gran mérito y belleza.

En los años sesenta del siglo XX, se fraguó la costumbre de trasladar la imagen en procesión desde su Capilla de Santo Tomé hasta la de San Miguel, procesión en que asisten las autoridades municipales, las Pandas y Peñas y los vecinos en general, dando así el comienzo de las Fiestas que se celebran en su honor.

La imagen lleva aparejada una leyenda milagrosa que la introduce de lleno en el mundillo del cómo se generaron los “encierros” de la Villa, de los que se dice que son los más antiguos de España. Según esa leyenda, sin documentación histórica, se invocó a la imagen para que cesará un fuego declarado en los pinares cercanos, invocación que dio resultado cesando el fuego. Por evitar el fuego, cercano a los prados de la Vega y del Camadal, se habían traído a la Villa los animales que en ellos pastaban, incluidos vacas y toros bravos, y recordando el milagro, se consolidó la costumbre de encerrar toros todos los años en honor de la Virgen de Santo Tomé, después del Rosario.

Otra versión, sitúa el fuego en la propia capilla de la Virgen en la parroquia de Santo Tomé, por el que ardió todo excepto la imagen de la Virgen y el Niño que milagrosamente quedó intacta salvo los rostros de ambos, que desde entonces tuvieron un tono moreno por efecto del humo del incendio. Otras versiones de parecido calibre, se ciernen sobre la imagen y el origen de su Patronazgo y el de los afamados encierros de toros de Cuéllar.

La imagen, que padecía numerosos desperfectos y deficiente conservación, sufrió una intervención rehabilitadora por parte de la prestigiosa empresa DAMMAR, en manos de sus restauradoras Mariví y Diana, devolviendo a la imagen su frescura original.