| Por Lorena Caballo | | Fotos: Yago, Marimar Sarandeses y Tomás Herrero | 

Fuentidueña prometió que no defraudaría y por supuesto que no lo hizo. El pasado sábado superaba todas las expectativas en su mágica noche de las velas y dejaba sin aliento a los miles de visitantes que acudieron a la cuarta edición de su Festival de Agua y Fuego.

De la mano de la Asociación Amigos de Fuentidueña, otro verano más la pequeña villa segoviana se empleaba a fondo para regalarnos esta mágica cita. Una iniciativa que tiene como meta dar a conocer un pueblo que se resiste a ser olvidado, un municipio que desea abrirse, compartir su rico patrimonio, que quiere hacer de esta fiesta la de todos y, además, sorprendernos año tras año.

Vaya si lo consiguió. Todos estos objetivos se fueron cumpliendo a lo largo de una maratoniana jornada en la que el esfuerzo y la climatología favorable fueron claves. También hay que destacar la dedicación con la que los vecinos colocan y cuidan cada una de las velas, la escrupulosa organización y las ganas que le echa el pueblo. Con todos estos ingredientes, poco podía fallar.

Y así, al caer la media tarde, un manto de más de 30.000 velas ya cubría Fuentidueña esperando a ser encendido. Por cada esquina comenzaron a aparecer familias, vecinos y voluntarios que con ilusión van prendiendo todas las llamitas. También se unen a la labor las miles de personas que han decidido acercarse al pueblo para disfrutar de este asombroso espectáculo visual.

A esas horas el goteo de gente que sube por las empinadas cuestas del pueblo es ya incesante. Desfilan desde el río hasta la iglesia de San Miguel, pasando por las bodegas hasta llegar a la necrópolis de San Martín. Según las primeras estimaciones, son más de 10.000 visitantes los que se congregaron en Fuentidueña esa noche.

La Villa se hace pura magia cuando cae el sol, se apagan las luces eléctricas y el fuego cobra todo el protagonismo. Rostros de disfrute y gozo recorren el pueblo de arriba a abajo.

No nos extraña porque en cada rincón nos aguarda una sorpresa. Balcones, patios, ventanas o enrejados adornados de lumbre. Figuras y caligrafías en llamas a lo largo de las calles. El río Duratón vestido de lentejuelas, la calle Nueva y sus tintineantes columnas, las bodegas salpicadas de miles de `luciérnagas´, la calzada y sus detalles, la fantasía de los jardines de la calle Real, el Palacio, los arcos con sus antorchas… Las iglesias y otros monumentos también engalanados y con las puertas abiertas para la ocasión.

Y qué decir del gran trabajo realizado por la Asociación en la plaza del pueblo. Cubierta por un techo de paraguas iluminados por velas, fue una de las nuevas propuestas de este año y encandiló a los asistentes por su originalidad y por el ambiente tan especial que se creó en el espacio.

Difícil describir con palabras lo que se siente caminando a través de este tipo de escenarios, lo que significa atravesar un incendio dorado o navegar entre miles de destellos… Supone una revolución total para los sentidos.

 

Programación

Por si esto fuera poco, la noche de las velas contaba con más elementos para seguir asombrándonos. Un elaborado programa completó la cita haciéndola más atractiva si cabe. Hubo actividades para todas las edades que reunieron a muchísima gente. Magia y malabares, animación continua por las calles con paseos guiados al ritmo de tambores…

El coro fenemino `Valle de Aguas´ y sus versiones a capella de canciones emblemáticas de los años 80 y de la movida madrileña fue otra de las novedades y sorpresas de la noche. En los dos pases, uno en San Martín y otro en la iglesia de San Miguel, consiguieron arrancar bailes, vítores y muchísimos aplausos.

Lo mismo podemos decir del concierto de Flamencopatía. Repetían por segunda vez y lo volvieron a dar todo ante un público completamente entregado. La plaza del pueblo estaba a reventar y al ritmo de sus guitarras y conocidas canciones, tuvimos ese puntito de fiesta de verano.

La representación de los Batukones en el río fue otro de los platos fuertes de la noche. El fuego dio paso al agua, ahora convertida en la actriz principal. La afluencia es máxima, el puente y las orillas estaban a rebosar de gente. Parece que nadie quiso perderse el tradicional espectáculo que pone en alza la riqueza del Duratón y la naturaleza.

Los tambores, las luces y la pirotécnia en el río van poniendo fin a este viaje dorado. Nos queda la sensación de haber vivido un relato mágico, algo irreal: la historia de un pequeño pueblo segoviano que resurge a la luz de más de 30.000 velas. Pero no se trata de un sueño, es el fruto del trabajo y la unión de su gente para hacer realidad esta generosa noche en la que Fuentidueña nos lo da todo.

Tal vez sea el momento de que este esfuerzo sea reconocido. Tal vez sea el momento de que el darlo todo signifique también recibir y de que el año que viene, con más ayuda y recursos, la noche de las velas pueda ser todavía mejor.