| Por César Quintanilla |
Sentado en mi lugar preferido del salón y con mis nietas atentas al sonido de mis palabras, quise contarlas un cuento en Navidad. Y comencé como suele pasar ¡cuando yo era pequeño!…
Emotivos recuerdos de Navidad que son fruto de tiempos pasados, añoranzas de un tiempo lejano, seres queridos que regresan a la memoria porque siguen en el recuerdo y como amo y señor de mis recuerdos, los hago regresar a mi gusto y manera, cuando los necesito, cuando los echo de menos, renuevan un espíritu navideño haciendo olvidar que el paso de los años me hizo mayor.
¡Cuando yo era pequeño…!, sí cuando era pequeño me ponía muy contento porque llagaba la Navidad, serían días con sentido familiar, con turrón y mazapán, y hasta un árbol de Navidad. Aquellas bolas tan frágiles que poníamos en el árbol, poco a poco fueron rompiéndose, eran como cascarones de huevo pintados de purpurina, de colores, rojos, verdes, oro y plata, la estrella en lo alto y las tiras de espumillón y guirnaldas, bolas de nieve y pequeñas estrellitas plateadas.
A mí me gustaba mucho la Navidad, no teníamos escuela y nos pasábamos las tardes pegados a los escaparates de juguetes, dos o tres no había más. Mis amigos y yo nos lo pedíamos todo, era todo para nosotros, escopetas de corcho, coches de bomberos, juegos reunidos, espadas de mosqueteros, también juegos de bolos de madera y llenos de color pero esos no nos los pedíamos y al final para muchos, era lo que nos traían Los Reyes Magos. Las niñas como vosotras dos, se pedían muñecas y juegos de enfermeras, pero los Reyes Magos siempre se equivocaban y las traían cacharros de cocina, cazuelillas, sartenes, y hasta un mandil.
– ¿Y qué era un mandil?. Era un delantal, para que no se mancharan con el juego de las cocinillas. Pero a mí no me gustaba jugar con las niñas, yo quería jugar y muchas veces jugaba yo solo en casa, salía al corral donde teníamos gallinas, conejos y un cerdo. Jugaba a la guerra, les disparaba y se escondían, pero sabéis, tenía un gallo muy malo que se tiraba a picarme y yo salía corriendo. Cuando yo era pequeño, había muchos gatos por los tejados de las casas, en cada casa había uno o dos gatos que se quedaban a dormir en el corral o en los portales, eran como de la familia. Ahora ya no se ven los gatos por los tejados, solo se ven las viejas tejas en las casas que aún tienen corrales.
– ¿Y Papá Noël que te traía?. Papá Noël no sabía donde vivíamos, los únicos que si conocían nuestro pueblo eran los Reyes Magos y sabéis, les escribíamos una carta pidiéndoles los juguetes y en un cine que había cerca de nuestra casa, se la entregábamos para que apuntaran lo que queríamos. Ellos mandaban a sus pajes por las calles para ver dónde vivían los niños y sabéis, teníamos que poner una lata con leña ardiendo en la puerta de casa para que supieran que en esa casa vivían niños.
– ¡Qué cosas más raras !. Pues sí, muy raras para vosotras pero para mí era muy bonito. Muchas veces me echaban guantes de lana, una bufanda y cosas para la escuela.
– ¿ A vosotras os gusta la Navidad ? – Síííííí.
Cada año la Navidad regresa y con ella los recuerdos, villancicos, anguilas de mazapán, frutas escarchadas, la misa del gallo, las campanadas y la cabalgata. Duele reconocerlo, hoy todo es diferente, las luces de neón y led, no alumbran La Paz en todos los rincones, dejamos de lado indiferentes todo lo necesario y buscamos que pase pronto, somos mayores y no somos como cuando éramos niños. Pese a ello nos negamos a olvidar que cuando éramos niños la Navidad era la cosa más bonita que pasaba en nuestras vidas.
– ¿ Y ahora…. por qué no nos comemos un trozo de turrón ? – ¡ Valeeeeeeee !
No me importará ser más viejo la próxima Navidad .
Feliz Navidad y próspero año nuevo.