|Por Rubén Arranz González|

En los círculos más cultos del debate político clandestino –condenado a la invisibilidad por los medios de masas- “votar o no votar” es el tema que más controversia ha generado desde el Mesozoico entre los opositores al Régimen postfranquista de 1978. Dentro de la caverna, inundándolo todo con luz artificiosa, la opinión pública se representa por sombríos pregoneros y alguaciles del régimen que la influyen, con sus proyecciones superficiales, programando el inconsciente colectivo. Esta legión de mercenarios debate borregadas y retuerce asuntos que deberían ser relevantes para entender la agonía del régimen de partidos y el ocaso del capitalismo financiero que hoy vive en una frágil crisálida.

Fuera de las cuevas talibanes, los hombres valientes que se asomaron al luminoso mundo de las ideas se debaten entre dos estrategias bien diferentes con el mismo objetivo: acabar con el Régimen de Partidos (corruptos), abrir un proceso constituyente, tomar el poder, recobrar la autoridad, la soberanía perdida y empezar a idear soluciones político-económicas acordes a los desafíos y oportunidades que ofrece una Estado actualizado, que se adelante con ventaja a los retos que comporta el fin de una era.

Por una parte, los defensores del abstencionismo activo, juegan una gran baza: un razonamiento filosófico bien vertebrado, representado por el teórico político más temible y relevante de la historia de España que aún está por escribir. No es otro que el tyrannosaurus rex del abstencionismo activo: Don Antonio García Trevijano. El éxito de su estrategia de deslegitimación del régimen obliga a que al menos un 70% del censo electoral demuestre su desafección activamente. Esto requiere una sociedad civil concienciada y organizada. Y ahí el problema de este planteamiento pues, como el mismo reconoce, no existe ni siquiera una sociedad civil en España. La idiosincrasia que bebe aún de la fuente del nacional-catolicismo es un problema añadido para que sus ideas impregnen en una mayoría significativa. Finalmente el discurso de los trevijanistas se decanta por lo razonable y obvia lo sentimental. En definitiva, su valor como ensayo es impecable, pero como relato es más bien aburrido.

Por otra parte, están los que defienden la transformación del Régimen del 78 participando en este juego de simulación democrática. Están representados por todos los partidos surgidos a partir del 15 de mayo de 2011 que piden el voto de la mayoría descontenta. Esta corriente de debate político serio excluye a IU, UPyD, regionalistas y nacionalistas, al considerarse estructuras subvencionadas que representan al estado y no de la ciudadanía. Entre los partidos que emergieron a raíz de la movilización social se encuentran muchos pequeños grupos como Partido X, Movimiento Red y Podemos. Todos piden el voto hoy en las elecciones europeas con promesas ilusionantes y programas transformadores. Aunque su relato conjuga bien lo racional y lo emocional tienen el hándicap de una financiación y difusión muy limitada. Además, la posibilidad de que puedan influir en algún cambio a nivel comunitario es harto complicada. En cualquier caso, son candidatos valientes y deberían tener el respeto de los abstencionistas.

Finalmente, abstencionistas y transformadores coinciden en señalar que votar al bipartidismo es un acto criminal. Legitimar el saqueo y la corrupción con el apoyo del voto sólo podría significar dos cosas: o representas al régimen o eres un colaborador con intereses espurios. A estas alturas, la ingenuidad o la ignorancia no serían descargos para una conducta tan reprochable. Lo mejor que podrían hacer estos votantes sería practicar el abstencionismo pasivo. Desgraciadamente para abstencionistas y transformadores, todos los partidos tradicionales fomentan el fenómeno fan. Se nutren de ingenuos que se convierten en forofos de viejas ideologías. Propician los egos desbocados y someten a los honestos a la disciplina del partido. Aunque su relato adolece de un mal soporte teórico, filosófico y ético, lo compensan con una estructura engrasada que vierte argumentarios, moviliza a sus huestes y crea un relato sencillo, visceral y unitario.

En definitiva, votes o no votes, o da igual lo que votes, en cualquiera de los casos, démonos por jodidos.

Para terminar una crítica. Los trevijanistas deberían manchar sus manos con ingeniería social para que esta vía rupturista fuera plausible. Y Don Antonio García Trevijano debería haber reconocido el movimiento 15-M como un hecho oportuno para propagar sus ideas, en vez de arremeter contra un colectivo que, aun a falta de cabeza, nos sobran manos para trabajar y corazón para contar una bonita historia. La sociedad civil no se monta en dos días. Y las acampadas demostraron que en España es posible armar nódulos auto-gestionados con relativa facilidad. Reconozca al menos eso. Menos mal que Don Antonio nunca leerá esto. Me montaría un pollo de mil demonios. Salud, libertad y unidad popular.