| Por César Quintanilla |

Difícil respuesta a una pregunta tan sencilla como las tres palabras que la componen. El interés por la respuesta se esfuma como una nube tras un sol radiante. Una incógnita que se amolda a la pasividad, al desánimo y despreocupación… ¡Ya se verá!, ¡Quizás se arregle!, ¡Que pague el culpable!, ¡Qué vamos a hacer!. Son tantas las circunstancias y tan variadas que no estamos dispuestos a generar implicación alguna en las cuestiones de un día y otro y otro, por las cuales pasamos como de puntillas, reniego, cansancio por todo aquello que “de momento” no nos toca directamente, todo llega a pasar de anormal a normal y cotidiano y tan solo sentimos la rabia cuando esa anormalidad o bien nos toca la moral o el bolsillo.

Cuando observas algunas de las conductas, cuando a los medios de comunicación les falta tiempo para informar de noticias crueles, muertes, guerras, desfalcos económicos, corrupción o incomprensión sobre temas de vital importancia. Cuando ves que no eres nada, sólo un grano de arena que vaga por una jungla, cuando todo se soluciona a medias y de mala manera, te preguntas ¿y ahora qué?. Sentencias incomprensibles de tribunales con leyes injustas, diez años de cárcel ¿pero se sale de la cárcel habiendo devuelto lo que se ha robado?. Cuántos ladrones devuelven el botín tras cumplir una sentencia?. Buena conducta y pena conmutada o rebajada, y a vivir del botín que los testaferros guardan. Esa es una respuesta al ¿y ahora qué?, a vivir que son dos días. Quizás sienta repulsa ante la desidia de organismos o asociaciones compuestos y fundados para que la cotidiana sociedad mejore y funcione, cuando éstos sin asumir responsabilidades no actúen poniendo una ética aleccionadora en su totalidad.

La impunidad es otra de las respuestas a ese ¿y ahora qué?. La impunidad complica la buena función social cuando hay elementos que la distorsiona. Mientras en el cauce político se circula hacia el poder y la riqueza, las leyes se ven superadas y sin poder ser justas, la ley no siempre es justa ni su justicia se corresponde con la razón. De alguna manera muchos de nosotros nos preguntamos si el poder legislativo está capacitado para ejercer un cambio en los códigos civil y penal. Una sanción obsoleta ante un acto de desobediencia a la ley, es cuanto menos una burla a ojos de la sociedad, y un delito en ocasiones sin graves consecuencias conlleva una sanción legislativa fuera del ámbito normal. Desahucio, robo, agresión, asesinato, asociación ilícita, terrorismo, corrupción, términos que han ido acoplándose a nuestro vocabulario como parte de una normal literatura, se suman al vocabulario en nuestras charlas, se oyen en radio y televisión, se leen en prensa, nos dejan en la mayoría de los casos sin una respuesta a ese ¿y ahora qué?. ¿Todo esto es lo que se merece nuestra estancia en la sociedad?. Como parte de ella, no veo forma humana de contestar ese ¿y ahora qué? Se suceden en cadena tales incongruencias que por desidia ya no nos importa lo que pase. Pasan a diario noticias por delante de nuestros ojos y oídos, y seguimos por el camino del qué más da, un día y otro un mes y otro y así décadas. Impotencia y prepotencia son dos definiciones que han echado raíces en nuestra sociedad, tolerancia e intolerancia se suman al paso por hacerse fuertes y mientras aquel que trata de preguntarse ¿y ahora qué?, sigue sin respuesta.