|Por José Luis G. Coronado|

 -¿Tú vas a los desahucios…? preguntó Dani.

Julia se limitó a negar ligeramente con la cabeza. El chico dio un sorbo a su cerveza:

-Yo voy cuando puedo… o me entero… hizo una pausa: a veces se consigue parar alguno… la verdad es que los menos… endureció el gesto y siguió: los hijos de puta de los bancos no tienen entrañas… ni los maderos… cerró los dos puños sobre la mesa: cada desahucio es como un robo a mano armada… y las armas las pone el gobierno… Su tono se iba haciendo cada vez más airado: he estado otras veces en movidas de la hostia… pero lo de hoy… lo de hoy… tomó aliento y mirando fijamente a Julia casi gritó: lo de hoy no tiene nombre… esta mañana me avisaron de que iba a haber una movida en Vicálvaro… y me fui para allá… serían las nueve… cuando llegué, ya habría en la calle cincuenta o sesenta… o más… algunos con camisetas y carteles de la PAH… todos gritando contra el gobierno y los bancos… apoyando a la chica que iban a desahuciar… una mujer de unos treinta años… con dos hijas pequeñas… hizo una pausa para tomar aliento: cuando llegó la procesión del juzgado, seríamos más de doscientos… había madera para aburrir… lo menos diez coches… al intentar abrir el portal, la cerradura estaba tapada con silicona… dentro, estaban encadenados diez o doce ocupando la subida por la escalera… en la calle, ya estaban poniendo vallas y empujando al personal… aparecieron los mazinguer… unos veinte… con una especie de tubo macizo que manejaban entre cuatro… y otro con una cizalla… en esto, apareció la chica en la ventana… era un cuarto… gritaba… pero desde abajo no se podía entender lo que decía… solo se podía oír el vocerío… si se puede… si se puede… los mazinguer le dieron cuatro hostias a la puerta y la echaron abajo… entraron en el portal… en la calle, los gritos arreciaron… empezamos a empujar contra las vallas… se lió la zaragata… nos hostiaban por delante y por la espalda… los cabrones, cada vez eran más… Dani cerró los ojos y agachó la cabeza como si le costara continuar, pero enseguida, con la voz tomada y la mirada contra la mesa, concluyó: de pronto, como una maldición, un silencio se fue extendiendo por la calle… como una mancha pesada que lo cubriera todo… se fue corriendo la voz… la chica había saltado por la ventana… durante unos minutos, nadie se movió… un cerco de maderos en la acera no nos dejaba ver nada… todos empezamos a gritar asesinos, asesinos… se lió la mundial… nos dieron hasta en el cielo de la boca… consiguieron echarnos… han detenido a mogollón de gente… cuando llegó la ambulancia, nos enteramos… no hubo nada que hacer… la pobre chica había palmado en el acto… Levantó la vista, miró fijamente a Julia y como si arrastrara las sílabas exclamó: ¿se puede ser más hijos de puta…?

Julia, claramente conmovida por el relato, incapaz de hablar, negaba furiosamente con la cabeza. Al cabo de unos segundos de silencio helado, todavía impactada por el relato, preguntó:

¿Se sabe algo de las criaturas…?

Dani, aparentemente sereno, pero como perdido, se encogió de hombros para responder tristemente:

-Ni idea…

Sobre el silencio de ambos, la voz de oratorio, honda y desgarrada, de Sinead O´Connor impregnó el local con su “Feel so different”: God grant me the serenity to accept the things I can not change, courage to change the things I can and the wisdom to know the difference.

(* fragmento de la próxima novela de José Luis G. Coronado “Los que no cuentan)