|Por Alexander Fiske-Harrison|

Llevo yendo a Cuéllar, a las fiestas de la Virgen del Rosario, tres años, desde 2012. Y siempre, cuando regreso a Londres, donde resido, suelo remitir a los cuellaranos una carta de agradecimiento, algo que, por cortesía, los ingleses hacemos después de haber visitado un determinado lugar donde nos han acogido bien. Como en este último año me he sentido en Cuéllar como en casa, mi carta tiene un toque menos formal. Es una carta entre amigos.

Sin embargo, tengo que agradecer tantas cosas y a tanta gente… Y no solo yo desde Inglaterra; también todos mis amigos procedentes del mundo anglosajón que han estado y disfrutado de la hospitalidad de los cuellaranos: de Gales y Escocia, de Cornualles y Canadá, de Irlanda… incluso de Australia. Y, por supuesto, mi hermano en armas en los encierros españoles, Bill Hillmann, que se desplazó desde los Estados Unidos. Hillmann fue el primero que me sugirió visitar Cuéllar atendiendo a una invitación de vuestro gran escultor y corredor de encierros, Dyango Velasco. (Y no solo ha habido anglosajones; este año también trajimos un “vikingo loco” de Suecia que corrió los toros a pesar de padecer un aneurisma en una pierna, así como un mexicano todavía más loco…). Tanto ellos como yo estamos agradecidísimos a Mariano de Frutos, a su hija Elisa y a su yerno Rubén Salamanca, del mesón San Francisco, que ha sido nuestro cuartel general en Cuéllar, tal y como el hotel Quintana lo fue de Ernest Hemingway y sus amigos en Pamplona. (El San Francisco también es el hotel de los toreros y su jardín recuerda a la terraza del café Iruña).

En esta ocasión hemos vivido las fiestas apasionadamente, conviviendo con los peñistas, desde la misma mañana del pregón, con la presentación de la nueva novela de Bill en la peña El Pañuelo, acto en el que hice de traductor. Respondimos así a la invitación del presidente de la peña, Valentín Quevedo. (El Pañuelo ha celebrado el cincuentenario de su fundación). También visitamos la peña de Dyango, El Orinal, así como el club de póker de Luis Quevedo y su esposa Soco, pues la bodega Carchena, de su hijo Alberto, tan querida por nosotros, había cerrado sus puertas. En palabras del poeta Tennyson, “a pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho todavía”. Así, en lugar de a la bodega, fuimos al Oremus Café Teatro, de Marcos Gómez, y a la barra taurina Paralex, de Miguel Ángel Cobos, que tiene más carteles de toros que todo el Ayuntamiento de Cuéllar, aunque le faltan las cabezas de los astados.

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Alexander en el centro junto a Bill Hillmann (izq) y Valentín Quevedo (drcha.) |Foto: Gabriel Gómez|

Comencé mi temporada taurina anual en Sevilla, como siempre, en la Feria de Abril. Y en Sevilla terminará, pues el día 5 de noviembre participaré en una conferencia organizada por la Real Maestranza, la Universidad de Sevilla y la Fundación de Estudios Taurinos. Este año, voy a haber corrido en muchos más encierros que he toreado reses bravas en plazas de tientas (Saltillo y Miura nada más, pero nada menos).

Pero de todos los encierros que he corrido, mi favorito, sin duda alguna, es el de Cuéllar.Este año he vivido múltiples aventuras. En el encierro de Pamplona apenas vi un toro, aunque sí los disfruté en Tafalla. Después aprendí lo que es la soledad del corredor en el comienzo del encierro de San Sebastián de los Reyes, en Madrid, donde como única compañía tenía dos toros que marchaban muy cerca de mí… Pero de todos los encierros que he corrido, mi favorito, sin duda alguna, es el de Cuéllar.

En Cuéllar siempre hay oportunidad de ir con la manada, siempre hay algún espectáculo sorprendente, un peligro que salvar (normalmente por Enrique Bayón Brandi y los otros pastores) una talanquera que saltar para evitar riesgos… Y siempre está la amabilidad de la gente, su manera de ser, sus consejos, que te permiten no olvidar que los lugareños saben cien veces más que cualquier extranjero. (Espero que mis compañeros en la calle como José Antonio Rico ahora comprendan que mi chaqueta a rayas no es un signo de orgullo, sino una superstición!)

Casi todas las mañanas empezaba el encierro en la calle de Las Parras, aunque no he dejado de ir al campo o al Embudo. Allí siempre me encontraba con mi querido y viejo amigo, el excampeón tejano de rodeo Larry Belcher, que esperaba de mí la señal para correr como yo la esperaba del gran Josechu López. Allí, en Las Parras, nos deseábamos suerte: Enrique, José Antonio… el seriamente cómico David García y el cómicamente serio Luis Ángel Vicente. Cuando los toros hacían acto de presencia, empezábamos a correr, todos juntos, pero perdidos en nuestros propios mundos, respetando el espacio y la seguridad de cada uno.

Yo no corro el encierro por orgullo o virtud, ni siquiera por vanidad. Lo corro por sentir la alegría de igualarme a los toros, esas hermosas montañas negras, elegantes como delfines juguetones, peligrosos como tiburones ávidos de sangre. En la carrera, los toros y yo presentábamos nuestros respetos a la esposa de Larry, la doctora Ana Cerón, la médico que se apostaba en la barrera de la esquina por lo que pudiera pasar… Y ya por la tarde, veía los astados en el coso, adorados y sacrificados, como siempre se ha hecho en Cuéllar, la villa que posee los encierros más antiguos de España. En la corrida estrella del ciclo, El Cid, mi vecino de Sevilla, no tuvo la suerte del año pasado, pero vuestro héroe local, Javier Herrero, lo hizo muy bien y mereció la oreja, al igual que el torero mexicano Joselito Adame.

No voy a terminar con un ‘adiós’, sino con un ‘nos vemos pronto’, que es la fórmula que los ingleses empleados al despedirnos de nuestros amigos. Como no tengo miedo, volveré a Cuéllar, aunque a ver si el próximo año alguien me hace el favor de prestarme un caballo, que correr tanto es muy fatigoso…

Alexander Fiske-Harrison es autor del libro “En la arena. El mundo de la tauromaquia española”, así como editor y colaborador del libro electrónico en inglés “Fiesta. Cómo sobrevivir los toros de Pamplona” , que dedica un capítulo a Cuéllar.