| Por Ángel Carlos Hernando| 

Hace tiempo los ciudadanos nos encontramos inmersos en un proceso de acomodo de los acontecimientos a nuestro modo de pensar; protocolo que, por otra parte debió ser inverso en el comienzo de la evolución como seres humanos y de la construcción de la socialidad.

Pero este desarrollo no termina aquí. Hacemos un uso partidario y partidista, ideológico e idealista de la información que recibimos, sin tener en cuenta la veracidad de la misma o de la propia fuente; simplemente la acomodamos a nuestras ideas.

El interés de quienes difunden fake news, las cuales me provocan rechazo, puede obedecer a diferentes motivos. Desde la más absoluta ignorancia a motivos económicos, políticos, culturales… En cualquier caso, una práctica que busca el desprestigio de un supuesto adversario. Lógicamente con ello se persigue influenciar sobre la opinión del votante.  Aunque probablemente sepamos que  las decisiones que tomamos en base a ellas tienen extremada trascendencia, no alcanzamos a tener cierto grado de consciencia acerca de su repercusión. Me refiero al juicio que en el ámbito político, como ciudadanos efectivos y afectivos, tenemos que emitir en las próximas y continuas citas electorales. Pase lo que pase tendremos la incauta sensación de haber hecho lo correcto.  Y si los hechos posteriores no se corresponden con las expectativas acomodaremos la situación a nuestra lógica y no al contrario.

Por otra parte, la total impunidad de los comentarios vertidos por los aspirantes y escaso pudor de éstos ayuda bastante poco a la hora de resolver el dilema. Entre descalificaciones se pierden propuestas, si es que se han dictado en algún momento. Parece que el fin es gobernar a cualquier precio. Y difamar la estrategia adecuada.

Deberíamos recuperar un espacio para el romanticismo y la ingenuidad, no vaya a ser que sea mejor la vieja política. Además, conviene recordar que el mayor invento de la historia de la humanidad no fue el fuego, ni la rueda, ni muchos otros. Fue la capacidad para el pensamiento crítico; y la autocrítica, diría yo.  Sirva de ejemplo que hace unos días, en una conversación informal, un amigo criticaba duramente al presidente del Gobierno. Ante la pregunta de qué había hecho mal, la respuesta fue que todo. Un recurso sencillo para no tener que realizar un análisis de la situación y no tener que contrastar informaciones. Deberíamos ser también más participativos porque después de tanta superficialidad y sutileza hay una verdad: la de los hechos. Algunos de los cuales no se podrán acomodar a nuestra certeza.