|Foto: Gabriel Gómez|

|Foto: Gabriel Gómez|

| Por Andrés Suárez |

El paseo de hoy con los nietos ha sido bonito, pero a la vez ha sido como si un enorme puñetazo me golpeara el estómago. Como sí un sinfín de momentos felices se esfumaran río abajo sin ganas de regresar. La caseta del tío Pliegues, la chopera, la presa, aquel intrincado camino hasta llegar a la Pesquera. ¡Qué pena!

La nostalgia se ha ido, a su aire, por cierto un aire frío y cortante, como queriendo expresarnos lo desangelado que ha quedado ahora el paisaje. Han vuelto de pronto recuerdos de aquellas tardes de verano, cuando las cuadrillas bajaban en carreta, en macho, o en nuestra primera bicicleta o andando bajábamos a darnos un baño al bodón de la Pesquera. Cuántas aventuras de pubertad en aquella intrincada selva llena de cínifes, mosquitos, moscas y tábanos, de pinos, juncos, chopos, durillos, fresnos y alguna que otra chica con la piel nacarada cambiándose o desnudándose entre ellos. Allí se despertaron, aparte de amistades, alguno que otro “achicharrado” tendido en la escasa playa cuando se había quedado dormido al sol. Y más de uno estrenó la bicicleta bajando al chocar contra los olmos de las cunetas.

Alguno recordará pícaramente algún que otro vistazo a vuela pluma de parejas de novios besándose a escondidas o en otros menesteres “de más mayores”, como decíamos los imberbes.

Cuántos fuegos de campamento con el amigo Tomás Tueros, recientemente fallecido, con Chanh, Fresón y otros tantos amigos como Engeru, etc, que se pasaban el mes de agosto acampados allí y nosotros bajábamos a escuchar y aprender.

Aunque Tomás nunca aprendió a decir que bajaba de Cuéllar a la Pesquera, el siempre decía “subir” y murió subiendo de Cuéllar a la Pesquera, siempre bajaba a darse un paseo cuando volvía a Cuéllar.

Cuántas aventuras podrían contarnos esos pinos que se asoman al cauce y que desde su atalaya observan. Qué paraíso perdido para las ardillas, a las que ahora se echa de menos. Cuántos momentos de peligro de aquellos que apenas si sabían nadar a estilo perro y se defendían a duras penas hasta llegar a la piedra del bodón. “Mira cómo me tiro de cabeza”, “Cuidao animal, que das en el fondo con la cabeza”, “¿Has mirado a ver si haces pie?”. Algunos se tiraban haciendo el Tarzán para que te vieran las chicas…. y salían rápidos hacia arriba.

La Pesquera, ese inolvidable recodo del río donde un buen número de “sanpedros” se hacía el chocolate con nocturnidad y alevosía, y donde quizás se gestara alguno que otro de los que andan por esta página. Cuántos momentos felices me han pasado por la mente de pronto y que frágil es todo aquello que abarca nuestra memoria.

Algunos extrañarán el primer beso, la primera caricia a escondidas a una chica, el primer amor de pubertad, quizás hoy convertido en amor platónico, quién sabe… Pero solo me queda la nostalgia de aquellos recuerdos y cómo el hombre es capaz de destruirlos con una máquina en unas horas y lo mucho que tardó la naturaleza en sembrarlo y componerlo.

Permitidme soltar una pequeña lágrima por la “Pesquera” ese rincón tan mío y quizás tan vuestro, donde río abajo se fueron instantes de unas vidas que el tiempo dejó lejos… muy lejos.