(Despedida a Pablo Quevedo Lázaro) | Por Lola Lázaro Santiuste |

Pablo Quevedo Lázaro

Querido Pablo, querido Pablito:

Te has ido en silencio, después de una dura batalla en la que todos anhelábamos que la estadística se equivocara por una vez y vencieras.

Te has ido sin una queja, sin un rencor, con serenidad, con tu gran sonrisa y con el cariño de tu padre, de tu hermana, de Micaela, de tu familia, de tus amigos y de muchas personas que te aprecian y te quieren.

Has sido el gran maestro coraje que trataba de torear el mejor toro y que a pesar de las muchas cornadas no se ha rendido jamás ante la adversidad porque has tenido al mejor maestro, tu padre y a la mejor gladiadora, tu hermana. Juntos habéis podido crear una vida sencilla llena de cariño y de fuerza, paseando por los pinares, el Henar y escribiendo miles de historias maravillosas que nos hacía pensar a todos que esta vez podía haber un final feliz.

Esas historias nos han llenado la vida a todas las personas que os hemos acompañado en este viaje, dándonos una lección de sabiduría y de sencillez, como tú siempre decías “sin maldad” escribiendo miles de sentimientos y queriendo llenar los espacios vacíos de miedo y de incertidumbre que todos teníamos ante el hecho de perderte, pero gracias a la magia de tus palabras y las de tu padre nos hacía olvidar gran parte de la realidad.

Hemos sido muy afortunados de tenerte, de vivir contigo miles de momentos, duros y tristes, pero también muy felices, llenos de alegría y de humor. Eso es lo que perdurará siempre en nuestra memoria y por eso nunca te irás de nuestras vidas.

Quiero despedirte, no con mis palabras, con las tuyas, esas que tan bien has escrito siempre, con ese juego irónico que tú querías conseguir. El periodismo fue tu vida, tu pasión y la palabra ha sido tu espada en esta batalla tan dura,

En varios de tus escritos, decías:

“Soy un afortunado, en vivencias, en experiencias, en todo lo que me han enseñado y he aprendido, y en los apellidos que han viajado conmigo durante este tiempo.

No voy a adornarme como un torero, con verónicas para soñar una tarde en la eternidad. Lo que quiero es tararear los acordes que me acompañan desde que nací.

Al abrir los ojos veo a mi padre, a mi madre, a mi hermano Jaime y a mi hermana María. Ellos son los que dibujan los trazos y componen la canción de lo que soy. Los cinco hemos cantado y bailado, con la alegría que dona el recuerdo, aunque mi madre y mi hermano ya no estén con nosotros.

La rabia desapareció hace tiempo y nunca hubo ni rencor, ni odio, ni resentimiento. Lo que destapo al escarbar es alegría, sonrisas y un orgullo que roza con la pasión futbolera, por salir del sentimentalismo empalagoso.

Sin la madre y sin el hermano, el tiovivo me da unas vueltas bruscas. Pero me sujeto con fuerza para no salir expulsado. Son mi padre y mi hermana los que me echan mano cuando estoy a punto de salir volando vete a saber dónde.

No quiero decir lo que debo decir, pero lo voy a decir. María es el corazón que hace latir a esta familia. En otras palabras, la que tira del carro.

Pero no lo es por el hecho de que las circunstancias le hayan llevado a ello. Yo siempre he pensado que mi hermana tiene alma de líder…

Yo llevo marcada a fuego mi procedencia, como hijo de Ana Mari y de Pablo, de los Chirumbas y de los Calitas, de los Lázaro y de los Santiuste de la abuela Simona…

Aunque la suerte está echada, hay una legión de amigos y personas queridas que hacen el paseíllo conmigo. Por supuesto, mi padre y mi hermana, comandantes en jefe de este ejército que me arropa. Toda mi familia, los Quevedo Senovilla y los Lázaro Santiuste. Somos como los Corleone, pero en versión buena gente. Mi “otro” hermano, Alfonso Rey, siempre empujando con sus pinceles. Mi amiga Micaela, en lo bueno y en lo malo. Y todos los que me dais el achuchón con vuestros mensajes de ánimo y cariño”.

La palabra, Pablo, tus palabras, estarán siempre con nosotros y tu esencia nunca se irá.

Ha llegado la hora. Aunque nos duela. No son las cinco de la tarde como diría Lorca. Es un día cualquiera en el que has terminado tu gran faena y allá donde tú vas, te están esperando con los brazos abiertos y vas a entrar por la puerta grande, por la de los valientes.

Adiós Pablito, adiós sobrino. Solo el cariño y la unión hace posible decirte adiós. Y con todo nuestro dolor: Pablo “Descansa en paz”.