En la isla mudéjar del Mar de Pinares se esconde un fabuloso tesoro: un magnífico Jardín Oriental con hadas y duendes, cascada con río, peces koi en un lago y decenas de espectaculares bonsáis que harían las delicias del nipón más exquisito.
No te hará falta un mapa pirata para descubrir tanta joya. Es muy fácil localizar este tesoro porque reposa en el corazón de Cuéllar. Muy cerca, precisamente, de la iglesia de San Pedro, el monumento más antiguo de la villa. ¿Se imaginan si a nuestros antiguos vecinos les hubieran dicho en 1095 que casi un milenio después tendrían tan cerca una herencia del Sol Naciente?
Efectivamente, en Las Tenerías se encuentra esta delicatessen. Que tiene un padre, lógicamente: Rafael Arranz, de Cogeces del Monte, con 53 años (aunque parezca de 35). Como bien sabemos, nuestra tierra de origen produce hijos de lo más variopinto. Éste es uno de ellos. Cuando nadie en España había oído hablar de bonsáis, Rafa empezó con su pasión.
“Hace más de 30 años, no sé dónde escucharía hablar de ello, imagino que en la tele… El caso es que empecé a interesarme por los bonsáis pero no había nada de información, ni libros, ni expertos… Nada”.
Así que se fue a los pinares que tenía cerca de casa y comenzó a experimentar. Cogía plantas y probaba cómo conseguir árboles enanos. “Cuando Felipe González empezó a hablar del tema yo ya llevaba varios años probando cosas…”, recuerda con una sonrisa. Y, como casi todos los pioneros, fue totalmente autodidacta.
Pinos, olmos, olmos negrillos, sabinas, chopos… Desde el primer momento comenzó a hacer una colección, que ha llegado a sumar 200 ejemplares. Hoy cuenta con más de un centenar.
Fue hace tres años cuando Cuéllar tuvo la suerte de que esa afición tuviera un escaparate mayúsculo. Con el apoyo del alcalde, Jesús García, y de la anterior concejala de Cultura, Mª Carmen Gómez, el remodelado espacio de Las Tenerías se complementó con un coqueto Jardín Oriental plagado de árboles enanos. ¿Es posible llenar el alma de zen japonés tras callejear por cuestas, calles y rincones transitadas antaño por reyes, nobles y conquistadores castellanos? Sí, en Cuéllar. ¿Y qué pasa cuándo después de meditar en ese entorno privilegiado sales a la calle? Que te das de bruces con un impresionante patrimonio medieval, que fue escenario de episodios de la Historia con mayúscula. Sí, y sin salir de Cuéllar.
“Mucha gente ve los bonsáis y pregunta su edad pero eso no es lo más importante. Lo fundamental es lo que transmite, su belleza, cómo está hecho, su composición. Un bonsái es equilibrio. Al fin y al cabo, tiene lo que buscamos en la vida: paz y armonía. Es una forma de expresarse. Es un arte vivo porque trabajamos sobre un árbol y eso es un aliciente más”.
Rafa es el autor de esta maravilla y de su mantenimiento. El horario para contemplar el jardín es de 12 a 14 y de 19 a 21 horas. Sin embargo, estará cerrado durante la semana de los Toros. No pasa nada: hay mucho año para visitarlo y, lo recomendamos vivamente, preguntar por Rafa para que te explique cada uno de los mil detalles que ha creado en este coqueto entorno.
Este botánico autodidacta tiene mil y un planes para desarrollar esta atracción. De hecho, ya está recibiendo multitud de visitantes, tanto nacionales como internacionales. También de especialistas y amantes de este arte que vienen de todo el país a conocerlo. No en vano, en la región sólo en un municipio de Burgos se puede encontrar algo parecido.
¿Vamos a desaprovechar este tesoro? Seguramente puedan surgir muchas más posibilidades para rentabilizar y disfrutar de un espacio como éste. Porque, recordemos, el tesoro lo tenemos en nuestra isla. No hay ni que buscarlo. Y esperemos que ningún pirata de los muchos que surcan los siete mares se den cuenta de que algo así bien merece un abordaje.
Por eso, hay que agradecer a Rafa y al Ayuntamiento que sigan apostando por este espacio. Seguro que gracias a ese apoyo nos pasará como a los peces koi de la leyenda (los mismos que pueblan el lago del Jardín Oriental)
Según esa leyenda china, los demonios se reían de la lucha desesperada de los peces koi por superar unas cataratas. Pero un valeroso pequeño koi, tras un salto heroico, alcanzó la cima. El espíritu del cielo sonrió en señal de aprobación y transformó al koi agotado en un dragón de oro brillante. Desde entonces, siempre que otro koi encuentra la fuerza y el coraje para saltar las cataratas se ve convertido en un dragón celestial.
Yo, desde luego, aprovecharé esta semana que vuelvo al pueblo para acercarme de nuevo a Las Tenerías para imbuirme un poco de espíritu zen. Espíritu zen en mi pueblo. Ahí es nada.