Capillas de los Pardo y los Ayala en la iglesia de San Miguel. | Foto: Gabriel Gómez |

Capillas de los Pardo y los Ayala en la iglesia de San Miguel. | Foto: Gabriel Gómez |

| Por José Ramón Criado *|

Las historias pequeñas están para ser contadas porque a veces esconden una historia mayor. Traigo aquí el relato de dos de ellas. La primera se refiere a Diego Velázquez, el cuellarano conquistador de Cuba, que en el año 1519 hizo llegar desde la isla caribeña dos papagayos. Según hizo constar, uno era para el rey Carlos I y el otro para el obispo de Burgos, que a la sazón era Juan Rodríguez de Fonseca.

¿Qué relación hubo entre el prelado burgalés y el conquistador para que lo tuviera presente con este regalo? Juan Rodríguez de Fonseca había sido miembro del consejo de los Reyes Católicos y fue el primer organizador de la política colonial castellana en Indias. Se encargó de la logística que, con mucha eficiencia, ejecutó para el segundo viaje de Cristóbal Colón, en el año 1493. En este viaje embarcaba Diego Velázquez de Cuéllar. Nunca más regresó a la Península.

Esta deferencia de Velázquez hacia el obispo Fonseca nos revela que el cuellarano era hombre de la cuerda y confianza del de Coca. Fonseca defendía el protagonismo único y directo del rey en la empresa de las Indias, por encima de los derechos que a Cristóbal Colón se le habían reconocido en las capitulaciones con los monarcas. Dicho de otro modo, el obispo Fonseca fue protector de Diego Velázquez y, con su influencia en la corte, consiguió el de Cuéllar que el rey le nombrara gobernador de la isla de Cuba, para depender así directamente del monarca y no de Diego Colón.

Esta burla de Diego Velázquez a su jefe directo, el heredero de Cristóbal Colón, fue similar a la que con él tuvo Hernán Cortés y “más por entero”, en palabras del cronista Oviedo, al quedarse con el gobierno de Nueva España, cuya conquista el de Cuéllar había patrocinado con hombres y dineros. Hasta aquí la historia del loro. Pasemos a la del chocolate.

 

El chocolate

La historia del chocolate tiene como escenario el México conquistado por Cortés, el extremeño que se apuntó la gloria, y muy poco después. Ahora parece que Cuéllar no sólo dio conquistadores para la aventura americana, sino que asimismo salieron de la villa mercaderes que vieron en la Nueva España una oportunidad única para su enriquecimiento. Pero también para el comercio había que ser emprendedor y decidido para cruzar al otro lado del Atlántico, hacia lo desconocido.

Ejemplo de lo que digo fue el Bernardino García, que tuvo la habilidad de ver que desarrollar su actividad en las nuevas tierras le reportaría estupendos beneficios. Además Bernardino fue un visionario y se centró en el comercio de un producto muy rentable porque pronto haría furor en España y después en Europa: el cacao. Por una carta autógrafa de este García Méndez, de una caligrafía exquisita, sabemos que ya andaba por México desde 1550, solo treinta años después de su conquista, y que en otros diez años se había enriquecido considerablemente con el comercio de diferentes mercaderías, principalmente con la del cacao que exportaba desde el puerto de Veracruz hacia la Península.

Paralela a la historia de Bernardino García es la de los hermanos García Méndez, llamados Francisco y Juan, hijos de Frutos García y María Méndez. Aportan la singularidad de rellenar ese vacío, no conocido, de mercaderes cuellaranos que vieron en el comercio trasatlántico la oportunidad de enriquecerse. Andaban ya en Nueva España por el año de 1560, establecidos en la ciudad de México. Estos hermanos trabajaron asociados y participaron de la nueva ruta comercial que se estableció entre el puerto de Acapulco y las Islas Filipinas, mediante el llamado Galeón de Manila. Lo sabemos porque Francisco Méndez había fallecido en medio del océano Pacífico regresando de tan lejanas islas.

Este comercio de artículos de lujo llegó a convertirse en algo muy lucrativo para los que se dedicaron a él, lo que explicaría el enriquecimiento de los hermanos en poco más de dos décadas en México. El de los García Méndez no supone un caso excepcional, por poner sólo otro ejemplo, Jerónimo de Medina y su sobrino Juan de Medina Orozco, figuran también como comerciantes establecidos en el importante enclave minero de Zacatecas también en México.

Los hermanos García Méndez amasaron una importante fortuna que revertiría en sus parientes cuellaranos, a los que emplazaron desde México, por no tener ellos descendencia. En el año 1600 el sobreviviente Juan García Méndez llevaba unos años establecido en Sevilla. Asentadas sus redes comerciales con América no le hizo falta al de Cuéllar seguir en México y fue en la ciudad del Guadalquivir donde dictó su último testamento dicho año.

 

Capillas de la iglesia de San Miguel

De la biografía de Juan García Méndez se desconocía todo. Hasta el extremo de que en las visitas estivales guiadas, en la iglesia de San Miguel y al hablar de su capilla, se le presentaba, con más intuición que acierto, como canónigo de Sevilla. La realidad es otra y de ella no se ha hecho ninguna referencia, a la auténtica actividad de los García Méndez y lo que significa, en los recientes carteles explicativos instalados en la capilla que fundó el indiano.

El asunto es más rico, si cabe, porque hay sobradas razones, que no expondré aquí, para considerar a esta familia como perteneciente al grupo de judíos conversos que permaneció en Cuéllar después de la expulsión. El redactor de dichas notas se centra en la placa fundacional de esta obra y nada dice de cómo y dónde Juan García Méndez amasó esa fortuna que le permitió adquirir a la parroquia de San Miguel una capilla para su enterramiento, como panteón familiar, y establecer una fundación extraordinariamente dotada económicamente.

Sacado Juan García Méndez del anonimato, es una injusticia que el cartel explicativo omita a qué se dedicó realmente y quién fue. Ya ha sido injusta con su memoria la Historia que le ha robado hasta el nombre de la capilla que él fundó, conocida ahora como la de los Pardo. Y no soy yo quien pierde por haber dado a conocer la noticia, pierde la Historia de Cuéllar.

El cartel de la siguiente capilla de la iglesia de San Miguel, la de los Ayala, adolece de omisiones similares a las señaladas para la de los Pardo. Nada se dice de la actividad de su auténtico fundador, Francisco Sanz de la Cueva, junto con su hermano Juan, representa al judío converso de tercera generación, poseedor de viñas y tierras, prestamista y rentista, ejemplo de temprano burgués en la villa. Pero como quiera que en este trabajo le tocara los escudos a quien se cree con la exclusividad del estudio de la heráldica cuellarana, no sería casualidad que un tercer artículo que mandé a la Fundación fuera paralizado, a pesar de mi buena sintonía con la archivera.

No sé quién sea el responsable de estas omisiones en los carteles de San Miguel, de este nuevo silencio. Aunque yo también pueda intuir, para este caso, que haya sido el eterno aspirante a cronista oficial. Un silencio más que se suma a los precedentes, como el habido por parte de Cultura en relación a los verdaderos Velázquez que vivieron en la Casa de la Torre, de lo que hablé también aquí. No se han dado por aludidos, no ha habido ni un acuse de recibo. Mis aportaciones resultan más esclarecedoras para los de fuera que para los de la propia villa. Pienso que los silencios reiterados resultan tan estruendosos que retratan a quienes los cometen.

Creo que hay que concretar quiénes sean los miembros redactores de paneles explicativos de los monumentos y obras de arte de la villa. En caso contrario, tendremos que señalar con el dedo la responsabilidad que de estos desaguisados tenga la Concejalía de Cultura. Pero la concejala anda cada vez más desbordada como para sentarse a entender, por fin, cómo se articula el árbol genealógico de los Velázquez.

En todo caso, ese “ente” redactor, esa unidad de vigilancia, ahora sin nombre ni apellidos, debe de estar por encima de diferencias personales, de los cambios que las elecciones produzcan en los responsables de esa concejalía y ser, ante todo, no unipersonal, colegiado, competente, imparcial, receptivo y con rigor histórico para eliminar lo que es incorrecto e incluir las aportaciones que suman. Todo por la buena salud de la Historia de Cuéllar. Lo dicho supondría empaparse del auténtico espíritu de Balbino Velasco Bayón, que todos reivindican para sí pero que ninguno ejerce.

(*) Historiador