Interior de la carpa durante la feria. | Foto: Gabriel Gómez |
|Por Ángel Carlos Hernando|

La Feria Comarcal recobró, tras varios años complicados, su formato habitual. No cabe duda de que el año anterior fue un intento fallido de darle un nuevo sentido. Lo más adecuado era rectificar. Y se hizo. Nada que objetar porque corregir errores demuestra autocrítica y eficacia. Y porque siendo objetivos, las circunstancias de los distintos sectores económicos han cambiado sustancialmente, de manera que se necesita dotar de un nuevo sentido a la feria.

Un recorrido histórico pone de manifiesto que ha pasado por épocas de auge, crisis y recuperaciones que no sólo son propias de tiempos pasados, también lo son de la edad contemporánea. Por ello los cambios deben ir acorde a la demanda que exige cada tiempo.

Fuera de la barquilla del globo y en los pequeños círculos en los que nos movemos, existe consenso en dos aspectos. Por un lado, en la gran afluencia de público, como en muchos otros eventos organizados tras una pandemia que parece olvidada, lo que sin duda podría traducirse en ganas de fiesta; de ahí que las actividades paralelas a la propia feria hayan tenido una importante notoriedad. Y por otro lado, que el certamen hace tiempo que murió de éxito y necesita una revolución que evite la monotonía.

Coyunturalmente, dada la proximidad de la fecha electoral, está edición ha parecido una vía procesional, permítaseme el sarcasmo, por donde han desfilado los candidatos. Nada reprochable. Esperemos que para tomar nota de las posibles mejoras. Veremos si como se ha dicho para “poner Cuéllar donde se merece”, un concepto bien vestido, pero vacío de contenido. Un concepto vacío si no hay un plan a medio y largo plazo que no mire hacia el votante, porque la cuestión es ¿dónde se merece estar?