| Por Francisco Salamanca | | Fotos: Gabriel Gómez |
Con algo más de media entrada se lidiaron toros de D. Esteban y D. Juan Sánchez Herrero, desiguales de presentación, estrechos y desmochados en demasía. Todos acabaron buscando el refugio de las tablas en la zona de chiqueros. Los subalternos trabajaron de lo lindo para ponerlos en suerte. Leonardo Hernández, pitos y bronca, Guillermo Hermoso de Mendoza, aplausos y dos orejas, salió por la puerta grande, y Adrián Venegas, silencio y bronca. El vicepresidente de la Junta de Castilla y León asistió al festejo.
El duelo entre caballeros se solucionó a espadas, en este caso, a rejones de muerte. Y es que el espectáculo que vimos ayer, en cuanto al uso de estos trebejos de la lidia a caballo, fue desgraciado. Algunos abogan, me uno, por restringir las entradas, a matar, a un número determinado de veces, antes de devolver el toro a los corrales con el tercer aviso, que está para otras cosas. Los profesionales, de a pie y a caballo, afinarían más, sin duda.
Otro detalle, al que desgraciadamente vamos acostumbrándonos, más en los pueblos, es el exceso de banderillas, de toda forma y tamaño, que reciben los morlacos de los rejoneadores. El número de pares de banderillas o zarpas, un máximo de tres, está establecido para todos, y con esos mimbres cada uno que elabore su cesto. El presidente puede, y debe, permitir una excepción, por un error o accidente en el encuentro, pero nunca consentir que para mejorar una faena, un rejoneador tenga más oportunidades que las establecidas.
Leonardo Hernández marró con el estoque dos faenas que hubieran sido de premio, a pesar de que la lidia de sus dos toros no pasó de vulgar, embroques distanciados y poco toreo a caballo.
Adrián Venegas es un rejoneador en fase de formación, muy por debajo, en oficio y cuadra, de sus compañeros de terna. Se libró de males mayores por el bochornoso arreglo de sus oponentes.
Guillermo Hermoso de Mendoza es otra historia, toreó a un gran nivel con “Berlín” y “Corsario” pisando terrenos muy comprometidos sin dejarse tocar la cabalgadura. Aplausos en su primero, tras estocada trasera, después de pinchar en tres ocasiones, y dos orejas en el quinto, al que mató de una estocada caída que precisó descabello.