Alejandro Tejedor García

Alejandro Tejedor García. | Foto: Pablo Quevedo Senovilla |

| Pablo Quevedo Senovilla |

Hablar con Hortensia, la madre de Alejandro, ahoga mi cuello. No me salen palabras. Se quedan ancladas en la garganta.

Las lágrimas transparentes brillan y reflejan la cara de Alejandro, con su sonrisa perenne, la que me trae el recuerdo de cuando le conocí. Fueron caminos dorados. Nuestros encuentros se fundían en palabras de voces sencillas y agradables, recordando hazañas de nuestra pasión por la naturaleza.

Hortensia quiere decirme mucho, pero no puede. El silencio nos invade a los dos. Con gritos de fuego me llegan sus palabras ahogadas. ¡Alejandro ha muerto! Yo lo sabía y mis escasas fuerzas no eran suficientes para llamar. Lo sufría en silencio, hasta que llegó el momento de la llamada de la madre.

Un fatídico 10 de abril, después de permanecer varios días en la UCI de un hospital madrileño, afectado por coronavirus. Alejandro Tejedor García, segoviano de corazón y de nacimiento, y también vallisoletano de adopción. Con 40 años.

Natural del pueblo de Cozuelos de Fuentidueña, geólogo, trabajaba en un grupo inmobiliario en la zona de Alcalá de Henares.

Los 40 miembros de la Tuna de la Universidad Pontificia de Salamanca han creado un vídeo para honrar la memoria del que fuera uno de sus integrantes, un hermano para todos ellos. Este vídeo servirá también para agradecer a todos los que están luchando por permitir a la sociedad volver a disfrutar de la vida.

Alejandro, amigo y hermano, siempre estarás en mi recuerdo. Saltaré de la rama de un roble, gritaré tu nombre y saldré volando para encontrarme contigo como otras veces, para que me recites esas canciones de la tuna con la que disfrutaste tantos días de fiesta. Algún día, tus compañeros también te buscarán, con tus padres y tu hermano Ricardo.

Te veo con mis ojos cansados de 80 años y recuerdo tu cara con sonrisa sincera; la de una persona sencilla, entrañable, alegre; la de un hombre noble de mirada limpia y honesta.

Nos dejas un camino abierto, en el que tus huellas marcadas serán eternas.

Cuando ahora salga a tu encuentro, compañero Alejandro, y no te vea, te buscaré entre montes y montañas, ríos y arroyos, páramos y laderas, caminos y senderos… allí donde se juntan los mejores, los hombres buenos e imprescindibles.