Un momento de la presentación del libro de Juan Armindo Hernández. | Foto: Gabriel Gómez |

| Por J. Ramón Criado* | 

Una de las últimas actividades desarrolladas estas Navidades, a propuesta del Ayuntamiento de Cuéllar a través su Concejalía de Cultura, ha sido la presentación del libro de Juan Armindo Hernández Montero titulado “El Castillo-Palacio y las Murallas de Cuéllar. Arquitectura e Historia”. Tuvo lugar el lunes 4 de enero en el Centro Alfonsa de la Torre a las 7 de la tarde y acompañaron en la mesa al autor de la obra la concejala Teresa Sánchez Barahona (prologista del libro) y, como moderador, Salvador Guijarro, editor de la revista La Villa.

Cuando D. Armindo está al otro lado de la mesa se sabe cuándo se empieza pero no cuándo se acaba. Así, se explayó durante casi dos horas y media de exposición, (el título de su libro ya nos lo advertía), sobre arquitectura e historia. Arquitectura porque es la disciplina del autor del libro, en la que es doctor, e Historia porque la primera estaría influenciada por esta. Por eso en su libro, y en la presentación del mismo, dedica un nutrido número de páginas para hacernos un pormenorizado compendio de la historia local, recurriendo (sin pudor) a citas directas de la wikipedia o de los historiadores más eminentes, a los que prefiere. Desde su formación como arquitecto, el autor accede a los temas relacionados con su especialidad en cuanto a la arquitectura y desde ahí al arte. Desde aquí, aprovechando un portillo de la muralla, se cuela directamente en la Historia. Nada que objetar, porque en lo relativo a lo que trata sobre el castillo-palacio y las murallas se nos presenta de una manera correcta en cuanto al texto y a las imágenes y planos que lo acompañan.

Sin embargo, en cuanto Hernández Montero se adentra en la Historia en general, quiere abarcar mucho y en algunos puntos ahondar demasiado para presentarnos algunas novedades de su cosecha. Ya le cuesta al historiador abordar épocas que no corresponden a su especialidad y D. Armindo se nos presenta como un colega de amplio espectro que se atreve con cualquier periodo sin rubor. Luego invita al debate, pero se enroca en sus convicciones cuando este se produce y no se muestra receptivo (esta es la impresión que experimentamos desde fuera en el debate que sostuvo con Julia Montalvillo, nuestra archivera, sobre un asunto heráldico).

Armindo, en esta dinámica, da un salto cualitativo y nos deja perplejos y descolocados al presentar una propuesta dogmática sobre la repoblación medieval de Cuéllar, en la que no hubo dos fases sino tres, según él. Sin embargo, esta propuesta no la presenta, a nuestro entender, suficientemente apoyada. Admitidas hasta ahora por la historiografía una primera repoblación después de la batalla de Simancas en el año 939, que sería desbaratada por Almanzor en el 977, y la posterior y definitiva en tiempos de Alfonso VI tras la conquista de Toledo (1085), Armindo nos añade lo que él llama la “segunda” repoblación, entre las que hasta ahora se han considerado, pasando la que hasta ahora era la segunda a tercera. Con esta aportación más que construir la Historia de Cuéllar la desestabiliza, porque no la presenta suficientemente argumentada.

Hernández Montero basa su hipótesis en un documento hallado en el Archivo Histórico Nacional, fechado según él en el año 1078, que contiene una donación de Teodobaldo y su mujer María de una heredad (casas, viñas, tierras, huertos) al arzobispo de Toledo D. Bernardo y al convento de Santa María de Cuéllar. De entrada, el documento presenta dudas razonables en cuanto a su datación: es imposible que nadie haga una donación en esa fecha a un arzobispo que todavía no ha sido nombrado (lo será en 1086 después de la conquista de Toledo). Y segundo: es osado identificar, sin margen a la duda, el citado convento de Santa María con la parroquia de ese nombre en Cuéllar, que es lo que plantea D. Armindo. Pero esta identificación le viene pintiparada al señor arquitecto porque es la base para sostener su teoría de esa segunda repoblación: si ya hay una organización parroquial en 1078, podemos afirmar que con anterioridad se había establecido una población que se inicia en tiempos de Alfonso V de León, posiblemente durante la década de 1010. Cuanto menos sorprendente y peligrosa por la vehemencia con la nos la presenta el ponente. De paso, Santa María de la Cuesta, según él, sería una de las parroquias más antigua de la villa.

No ha reparado Hernández Montero en que haya otras posibilidades para poder considerar, cuanto menos, que el aludido convento de Santa María de Cuéllar fuera el de Contodo. Hasta ahora, Santa María de la Cuesta solo ha aparecido en la documentación medieval como parroquia; Contodo presenta los dos términos del documento: fue convento y su advocación era la de Santa María. Y la idoneidad de la ubicación del solar de la Cuesta para situar en él un convento o monasterio es nula.  Se buscaban para su construcción espacios con una corriente de agua, lo que no tenemos en la Cuesta y sí en Contodo con el Cerquilla y, además que fueran lugares apartados de núcleos de población (puede verse en Wolfgang Braunfels: La arquitectura monacal en occidente. Barral ).

Del convento de Santa María de Contodo nos da noticias Melchor Manuel de Rojas, historiador cuellarano del siglo XVIII, que conoció sus vestigios a una milla de Cuéllar junto al Cerquilla, camino de Sepúlveda. Fue en su origen de monjas cistercienses, llamadas las Dueñas de Contodo. Aunque no pudo dar la fecha de su fundación, afirma que por un privilegio del rey Fernando IV, que el usó como fuente, su antigüedad era considerable. Tenía el convento otros documentos reales, pero los perdieron dos monjas en un río cuando iban camino de Burgos para confirmarlos. Hecho que, lejos de ser una leyenda, lo tenemos por bueno ya que Mª Soterraña Martín Postigo lo ha dado a conocer utilizando otras fuentes. Permanecieron las monjas hasta el 1400 en que tuvieron que abandonarlo por la cortedad de sus rentas. Se hicieron cargo de lo poco que tenían los también cistercienses del convento de Sacramenia, en cuyo archivo se documentó don Melchor para esta especie, como decía él.

Si Hernández Montero hubiera usado como fuente al historiador Rojas podría haber sacado además otras enseñanzas para su trabajo sobre las murallas ya que fue él quien primero las trató intentando dar explicaciones sobre su origen y datación. Asimismo nos informa de los restos materiales que aún él conoció en el Castilviejo. Rojas fue un cuellarano que quiso a su Cuéllar tanto o más que D. Armindo.

Yo, como mentor que he sido de Melchor Manuel de Rojas, tengo la obligación moral de hacerle estas observaciones y no porque me haya ninguneado a mí, sino porque lo ha ignorado a él. Cada uno elige sus fuentes de información, pero si queremos ser objetivos tendremos que cotejarlas todas. Podría haber visto además cómo D. Melchor se preocupó por si ya estaba poblada antes de la definitiva repoblación de Pedro Ansúrez y las pruebas que nos aporta para afirmar que antes de esta no estaba yerma la Villa, pudiendo caber solo que estuviese malparada y de vecindad no muy crecida. Efectivamente, estamos con Rojas en que la campaña de Almanzor no arrasó completamente Cuéllar, ni hizo desaparecer su población por entero, (algo que después le pesó) quedando grupos marginales, residuales y poco organizados, pero no cabe la propuesta de esta repoblación que nos trae Hernández Montero.

Rojas fue crítico con historiadores y genealogistas de mérito que le precedieron. Tuvo criterio propio para poner en tela de juicio el árbol genealógico de los Velázquez corrompido por Pellicer, el que algunos seguimos copiando al pie de la letra sin plantearnos sus deficiencias. Nos dio las claves para saber qué Velázquez eran aquellos. Y Armindo se nos pierde con facilidad en las genealogías no solo de los Velázquez sino también de los propios duques.

Hay en la bibliografía otras omisiones importantes, como el no haber hecho referencia al trabajo sobre los recintos amurallados de Cuéllar y sus castillos de Mariché Escribano (publicado en la revista local en la que él ha sido decano colaborador). En este caso el ninguneo suena a que Hernández Montero reclama la exclusividad para tratar sobre estos asuntos (prado vedado).

En otro orden de cosas, la sala admitió por las condiciones actuales un aforo condicionado pero, independientemente de esto, hubo colegas que ni estaban ni se les esperaba. Hay historiadores o arrimados que solo asisten a las conferencias cuando están al otro lado de la mesa como ponentes o invitados. Ignoramos en qué grupo está Hernández Montero porque él siempre tiene que desplazarse desde Madrid, y en este caso desconociendo si las normativas de las Comunidades Autónomas lo permitían.

Para terminar, otro asunto que me preocupa es que dependiendo del color del Ayuntamiento se dé más pábulo a unos historiadores que a otros. Entonces yo seguiría estando en tierra de nadie porque he tenido desencuentros históricos con todos, incluida la actual concejala de Cultura a cuenta de la Casa de la Torre y de los Velázquez, asunto aún pendiente de concordia porque manos blancas también ofenden. Y las autodenominadas Jornadas de Investigación Histórica tendrán que esperar a tiempos mejores para ellos que cambien las tornas y las echaremos en falta, a pesar de habernos acusado de dinamitarlas, que no de dinamizarlas. El problema de fondo es la atomización de la historiografía cuellarana, donde cada uno va por su cuenta sin atender a los demás, aferrado a sus convicciones y sin encajar las críticas; sin encontrar siquiera un colega que nos relea, corrija y asesore en nuestros escritos antes de sacarlos a la luz. En definitiva, como me apunta un amigo, un jardín de narcisos, con alguna honrosa excepción.

* Historiador