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| Por Pablo Maderuelo|

Bastan solo unos minutos de charla con Belén para descubrir su determinación y perseverancia. Ha pasado por distintas etapas profesionales, que le han llevado a ser delineante industrial, a trabajar en una frutería o ser encargada de un supermercado.

Sin embargo, a las personas como ella, que llevan en la sangre la capacidad de emprender, a menudo les llega un momento en la vida en el que deciden dar el salto y lanzarse a conquistar sus propias metas, a perseguir sus proyectos, sus sueños.

El proyecto de Belén no sería el que es sin nuestras abuelas. Sin sus recetas y sin su forma de entender la cocina. Sin aquellos guisos cocinados a fuego lento y con ese toque especial que uno no sabe bien si se debe a ser abuelas, a ser del pueblo, o a ambas cosas. Y probablemente tampoco sería el mismo de no ser por su pueblo, Sacramenia, cuna del lechazo.

Esta historia tiene su comienzo hace años, cuando Belén cruzó la receta de su suegra con los recuerdos de su abuela y empezó a cocinar sus propias manitas de lechazo. Lo hacía para degustar en eventos especiales, en las habituales meriendas con amigos; especialmente, al llegar su cumpleaños, en el mes de abril.

Sobra decir que las manitas se convirtieron en un éxito. Sus familiares y amigos comenzaron a pedírselas incluso en verano, cuando se juntaban en el pueblo cuadrillas de distintas procedencias.

Pero esta receta sigue estando muy ligada, en cierto modo, a nuestras abuelas. Y ellas cada vez son más mayores o ya no están con nosotros. Eso ha hecho que las manitas de lechazo, como parte del animal, sean cada vez menos demandadas en los comercios y acaben teniendo que desecharse en los mataderos.

Belén estaba siendo testigo de esto porque su marido y sus cuñados llevan más de tres décadas al frente del matadero de Sacramenia. “Antes, se llevaban a las tiendas de Madrid, a las carnicerías; pero siempre las han guisado las abuelas y las madres, que ya son muy mayores. Y yo, que conocía la receta, veía cómo el producto se estaba desperdiciando”, comenta.

 

El punto de inflexión

Un día, Belén empezó a darle vueltas a la idea de hacer sus propias manitas de lechazo y envasarlas, convirtiéndolas en un producto gourmet que permitiese, al mismo tiempo, aprovechar esa parte del lechazo y evitar que la receta termine por perderse.

“Tenía claro que quería hacer algo 100% natural. Meter el sabor de la receta de mi abuela en un tarro y concentrar en él los sabores de siempre. Tener las manitas en el armario, poder disfrutar de una comida sana y típica y hacer que no se pierda y que la gente pueda conocerla”, explica.

Como todos los proyectos en los que uno que ir abriendo camino, Belén tuvo que enfrentarse a varias dificultades. La mayor, la que menos podía esperar, el COVID. “La primera vez que tuve un tarro de manitas terminado era octubre de 2020. En aquella época había toque de queda, no se podía cambiar de provincia y salías a la calle y no había nadie”, recuerda.

Así que, cuando Belén pensaba que “lo más difícil” -conseguir el producto- ya se había conseguido, se dio cuenta aún quedaba un largo camino por delante. Es más; la parte del camino más “desconocida” para ella.

El último paso que tenía pensado dar, que era hacer una web, pasó a ser lo primero y lo más necesario. Yo no tenía Facebook ni Instagram. Sabía que existían, pero de repente tuve que ponerme las pilas. He tenido que armarme de valor, hacer algún curso, etc. Es lo que más me ha costado y lo que más me sigue costando”, añade.

“Es el mejor homenaje a nuestras madres y abuelas, y a su forma de hacer las cosas”

Junto con el propio sabor y la calidad del producto, uno de los grandes valores del proyecto de Belén es incentivar la economía circular y recuperar esa cocina de siempre en la que todo se aprovecha.

“Por un lado, se utiliza una parte del lechazo que se perdería, evitando que se tengan que incinerar con el correspondiente impacto medioambiental. Por otro, se potencia el consumo de proximidad, el denominado kilómetro cero”, explica, con un producto que supone uno de los principales reclamos gastronómicos y turísticos para este municipio de la Tierra de Pinares.

“Ahora se habla mucho de reciclar y reutilizar los productos, pero los que los que mejor lo han sabido hacer han sido nuestros mayores. Antes no se tiraba nada. Hasta las peladuras de las naranjas se les echaban a las gallinas. Y ha sido en los pueblos, precisamente, donde se ha sabido siempre vivir con sus propios recursos”, añade.

Belén no lo ha tenido fácil. Ella coge el teléfono, hace las preguntas, repasa las manitas y las corta, etc. “Eres tú, no hay nadie más”, dice. Capacidad de trabajo no le falta, pero tampoco satisfacción y “bienestar”. “Estoy haciendo lo que quiero hacer y donde yo lo quiero hacer, que es en mi pueblo. Y, para mí, eso es muy importante”, subraya.

Su pasión se le nota al hablar. Pero, sobre todo, se saborea al probar las manitas. Su abuela, su suegra y todas las abuelas y suegras que han cocinado tantas veces tantas manitas de lechazo estarían muy orgullosas de que Belén, con su proyecto, no solo haya encontrado una ilusión sino esté contribuyendo a que tantos hijos, nietos y bisnietos puedan conectar, a través de los sentidos, con aquel mundo que no llegaron a conocer.

 

Sobre Pinariegas

Pinariegas es una iniciativa desarrollada por el Grupo de Acción Local Honorse Tierra de Pinares en el marco de la Estrategia de Emprendimiento de la Mujer en los ámbitos Agrario y Agroalimentario dirigida a dar visibilidad a proyectos innovadores de la comarca y a difundir las oportunidades que este sector supone para la creación de nuevos proyectos y la fijación de población.