|Por César Quintanilla|

Hay algo de lo que hoy quiero hablar, algo muy cotidiano, algo que en muchos casos pasa desapercibido. Llevamos la vida a cuestas desde el primer instante en el que comenzamos a respirar, abrir los ojos y sentir el comienzo de un camino. Pero el peso de la vida es el que minuto a minuto nos va consumiendo. Observador he sido y soy, los años son para mi, experiencias de las que se obtiene algo de sabiduría, los años que a cuestas vamos llevando suponen la fuente en donde manan sentimientos, dolor o risas, tristeza o alegrías. Cada año pasa más rápido, se cumple el dicho de ¡los días pasan volando!, el cuerpo va perdiendo fuerzas y compostura siendo la consecuencia una rebeldía diaria de negación.

El peso de la vida cae sobre el cuerpo y el alma, supuesto alma que a ciencia cierta no tenemos ni idea de lo que es, cae sobre el cuerpo marcando y dejando secuelas. Dedico mucho tiempo a observar ese peso de la vida en las personas, incluyéndome yo mismo, percibo en los gestos esas inquietudes que evidencian preocupación y desánimo, calculo intenciones que muchas veces se cumplen con tan sólo fijar la mirada en unos ojos.

Desde hace tiempo me apasiona imaginar el tipo de vida que algunas personas han llevado, tomo como muestra ocasionalmente esas excursiones y viajes que se organizan con motivo de esa tercera edad, viajes con pasajeros cansinos, exprimidos por su propia vida pero que por no quedarse varados en una silla en espera de lo que pase, se deciden y salen en busca de un tiempo a recuperar. Llegan a las ciudades por conocer y ves que sus cuerpos son frágiles, se ayudan a veces unos de los otros o con un simple bastón, siguen al guía de grupo que delante va con un paraguas a veces abierto, a veces de color rojo, a veces bamboleándolo para que nadie se pierda. Van en fila de a dos, esquivando transeúntes, van de a tres porque las tres son viudas, se aseguran de tener amparo, charla, se acostumbran a vivir como un trio en el que sus parejas quedaron con el paso de los años quizás un poco en el olvido. Con sombrero, bolso colgando y sus manos controlando esa cartera con unos euros, caminan los solitarios, los que se dejaron arrastrar por los consejos y aceptaron ese viaje por ver como les pintaba. La suma es de cientos de años entre esos caminantes de aceras desconocidas, ausentes totalmente a las indicaciones del guía quien desea atraer su atención ante un monumento, una catedral de siglos hace ya, o una escultura modernista que miran sin conocer por qué lado han de mirar.

Pienso en el cambio que el peso de la vida ha realizado en esas personas, hombres y mujeres que albergan historias casi siempre paralelas a los demás acompañantes. Su tiempo de sufrimiento, aquellos años que vivieron bajo una decadente vida limitada de libertad. Pongo sobre un escenario sus años de juventud intuyendo todo tipo de limitaciones sociales y a la vez imaginándome sus días de amoríos, besos robados, caricias libertinas, pecaminosas en base a una conducta compleja llena de controles absurdos.

¿Por qué siempre me he sentido atraído por esa llamada tercera edad? ¿Será que estoy a un paso de ella?. Puede ser, aunque con una diferencia sobre aquellos que me sacan ya unos años de vida, he tenido la gran fortuna de llevar muchos menos pesos sobre mi cuerpo y alma.

Con la vida a cuestas quiero hacer ver esa sencilla y simple necesidad de atención y respeto a una generación de hombres y mujeres que gracias a ellos hoy nosotros liberados de inquietudes, vivimos con cierta soltura y no menos fortuna.