|Por José Luis G. Coronado|

En una de mis noches bohemias por el Madrid canalla, cuando frecuentaba asiduamente las tertulias taurinas de Viña “P” o del café Alemán de la Plaza de Santa Ana, escuché de boca de un ocurrente mozo de espadas gaditano la siguiente gloriosa y aleccionadora anécdota. A raíz del nombramiento de uno que había sido peón de brega para Gobernador Civil de una provincia andaluza, no recuerdo cual, le preguntaron al que había sido su maestro en el toreo como había sido posible la ascensión de un simple banderillero al cargo de gobernador. El matador, con el laconismo de un séneca de pueblo, se perfiló como un dije para responder: degenerando, amigo mío… degenerando… ¿cómo va a ser…? Cada día veo con mayor espanto como aquella anécdota de café se convierte en práctica generalizada. En todos los órdenes del paisaje común se aprecia cada vez de forma más palpable que el modo más habitual de ascender en la pirámide social es el mismo que usó el banderillero andaluz, es decir, degenerando. La consecuencia de tanta degeneración como estrategia es que se van apagando poco a poco las referencias éticas y los escasos intentos de regeneración de lo público se empiezan a considerar propios de iluminados que rayan con la idiocia.

Un antiguo amigo desde los tiempos de la clandestinidad, ateo contumaz y comecuras declarado, que fue elegido alcalde de su pueblo por un partido de izquierdas, me invitó a su casa en las primeras fiestas patronales de su mandato. En medio de una animada sobremesa del día mayor de las celebraciones, se excusó con los invitados con el insólito argumento de que tenía que presidir la procesión de la patrona. Tal vez mal aconsejado por el vino, le hice una irónica observación sobre su papel de irredento ateo desfilando detrás de la Virgen en la procesión. Su respuesta fue cumbre: yo no voy detrás de la Virgen… yo voy delante del pueblo. Mi posterior comentario sobre su disposición a confesarse y comulgar para ganar su carrera a presidir la Diputación fue concluyente para convertir a escombros nuestra vieja amistad. Lo siguiente que supe de él, lo supe por la prensa: había ganado la Diputación, pero mi antiguo amigo era noticia por su imputación en delitos de tráfico de influencias, malversación y cohecho. En este caso, por suerte, degenerando, degenerando, la cosa terminó en un desfile ominoso camino de los juzgados.

Lo bueno o lo malo de los recuerdos es que surgen engarzados, como las cerezas. Y al hilo de los anteriores, he repentizado una frase que me recitaban los viejos anarquistas en mis tiempos de sindicalista libertario: el poder corrompe…, repetían como un mantra: y si el poder es absoluto, corrompe absolutamente. Unos se la atribuían a Bakunin, otros a Prokotkin y la mayoría a Malatesta. Lecturas posteriores me aclararon que la frase en cuestión procedía de un historiador católico británico, Lord Acton, que la incluía en una carta personal a un obispo amigo y se refería al papado.