|Por José Luis G. Coronado|
Un año más, cuando ya se percibe el olor a toros que sube desde los corrales del Segoviano, cuando están ya las talanqueras preparadas para encauzar el milagro de luz y valor de los encierros, todos tenemos a punto nuestros corazones para recibir el bautismo de vino con el que nos vamos a ungir para la fiesta. Hemos acudido al toque de asamblea con el que puntualmente se nos llama el Sábado de Toros desde el modesto y entrañable campanil del concejo. Y puesto que de una asamblea se trata, este año me voy a permitir levantar la mano y pedir la palabra. Esto es lo que diría si llegara el caso:
“Cuellaranos y cuellaranas, queridísimos paisanos, forasteros asiduos y forasteros nuevos, distinguida Corregidora y Autoridades varias:
Bienvenidos a esta gloriosa apoteosis de Los Toros de Cuéllar, donde por unos días vamos a poder invadir el jardín de los dioses para bailar con ellos en la rueda, llevarlos con su capotillo al quite en el arriesgado albur de las carreras y convidarlos a que entonen a coro en los almuerzos la entrañable retahíla de las viejas canciones de esta tierra.
Como cada año en estas fechas, hace tiempo que preparo mi ánimo para la sorpresa y me predispongo para gozar las novedades, aunque a veces, lo reconozco, me deje atrapar por la nostalgia y entone la palinodia de los viejos y su discurso pertinaz del “esto ya no es lo que era”. Lo cierto es que las cosas se mantienen porque se renuevan y no sirve de nada echar la mirada atrás porque corremos el riego de ser arrollados por el turbión inclemente de los tiempos nuevos. Lo [blocktext align=”left”]Lo cierto es que las cosas se mantienen porque se renuevan y no sirve de nada echar la mirada atrás… [/blocktext]importante es que entre todos, con los jóvenes a la cabeza, seamos capaces de mantener la esencia. Es preciso ir asumiendo que somos nosotros los primeros que, cada año más, vamos dejando de ser lo que creímos que éramos. No obstante lo cual, algunos veteranos volveremos a juntarnos una mañana después del encierro para montar un cálido aquelarre de bodega y dejar correr con el vino la dulce perversión de los recuerdos. Será un rato entrañable para hablar con nostalgia de las vivencias y anécdotas de aquellos amigos que, inexorablemente, nos han ido dejando cada vez más solos y más viejos.
¿A quién se le ocurriría hoy, como rito inicial para empezar los Toros, bajar a cortar una vara de durillo a la ribera?. Sin embargo, mirad las fotos antiguas y veréis que la vara y la cachava eran tan habituales en nuestros encierros como el periódico enrollado en la Estafeta. Esa costumbre ancestral hace tiempo que fue abolida en buena hora, consiguiendo una mayor limpieza ante los toros y, de paso, una disminución notable del número de pendencias y reyertas. A pocos chavales se les ocurriría hoy estar tres días durmiendo en la calle o en la limonada, sin ducharse ni cambiarse de ropa, comiendo a salto de mata, coleccionando lamparones de vino en la camisa y recubierto de broza por los cuatro costados. Y todo para que a la pregunta de la madre: ¿Se puede saber qué has estado haciendo estos tres días?, el chaval solo pudiera contestar como la cosa más normal: burreando. Por suerte ya se burrea mucho menos, la gente huele a desodorante y algunos corredores a linimento, se suele comer bien, dormir de forma razonable y no creo que por eso se haya perdido lo esencial de la fiesta, que no es otra cosa que la mágica conjunción de cuatro elementos principales: los encierros, el vino, la charambita y los almuerzos.
He visto inaugurar la plaza nueva, instalarse la moda del pañuelo rojo al cuello, el nombramiento de la primera corregidora, el desplazamiento paulatino del vino de bodón por la cerveza, la creación de las primeras peñas, la televisión en directo transmitiendo cada encierro, sin que ninguna de esas cosas haya perturbado la buena tradición ni se haya menoscabado nuestra capacidad para la juerga. Porque lo principal de estos días es que siguen, como desde siglos, corriéndose los toros por las calles para que los más valientes sigan manteniendo la hermosa idea de que la vida cobra un valor especial cuando se arriesga. Y lo de menos es que ahora algunos se empeñen en valorar a golpe de cronómetro la calidad de un [blocktext align=”left”]…en los Toros de Cuéllar hay sitio y tiempo para casi todo…[/blocktext]encierro, porque también hay quien piense que no pasa nada porque algún día un morlaco decida irse a dar una vuelta a la Morona o en alguna ocasión otro se vuelva en las Parras y permita pasar un buen rato a los que les gusta intentar meter el toro en el portal de Correos. Como en toda buena fiesta, debe haber un tiempo para la trasgresión y otro para los reglamentos. Desde mi modesta experiencia, no puedo por menos que reconocer que he pasado grandes momentos en los Toros saltándome olímpicamente algunas de las reglas a la torera. Espero que nadie entienda esta confesión como un llamamiento sutil a la disidencia porque, muy al contrario, quisiera dejar claro que no recomiendo a nadie que se tome mi torpe y desatinada conducta como ejemplo. Lo ideal es que cada cual disfrute de la fiesta a su manera porque en los Toros de Cuéllar hay sitio y tiempo para casi todo, la villa extiende estos días su manto hospitalario y tanto los oriundos como los que han venido a visitarnos tendremos ocasiones sobradas para solazarnos en mutua y desenfadada compañía. En Cuéllar nunca, y menos en Fiestas, cualquiera que venga en buen plan tiene por qué sentirse forastero.
Y ahora, amigos míos, ha llegado el momento de abrir un año más los corazones, porque nos hemos reunido otra vez un Sábado de Toros en asamblea para cortar la cinta de salida y dejar que se nos llene el pecho de aire fresco. Que rompan a sonar las dulzainas y los tamboriles, que atruenen las bandas de las peñas, que se encienda el alumbrado multicolor de las calles, porque vamos a levantar con júbilo los brazos al cielo y todos con una sola voz vamos a cantar el primer “A por ellos” de estas Fiestas”.
Emotivo y pleno de realismo el pregón de Coronado. No podía ser de otra forma, dado que su autor, cuellarano de pro, tiene la trastienda de la memoria repleta de recuerdos de estas entrañables fiestas de antaño, de cuando éramos mozos y, en dependencias de estancias presentes, vivencias recientes, de los últimos años.
Es imposible no tener nostalgia de lo que fueron y no son o, como muy acertadamente dice José L., de lo que fuimos, y hoy no somos los que vivimos esos días de fiesta y libertad que en ocasiones se tornaba en “burreo”, sí. Es imposible, también, no comparar esas dos etapas como, también lo es, no compararnos nosotros mismos, protagonistas y hacedores de esos ambientes.
Llevo varios años sin asistir a las que, para mí como para tantos cuellaranos, fueron las Fiestas, “LOS TOROS”. Esos días en los que se nos permitían tantas cosas que el resto del año nos estaban vedadas, a niveles diferentes, familiar, municipal e, incluso, de gobierno civil franquista; cosas que hoy, a los jóvenes, les pueden provocar la risotada o la más profunda de las perplejidades, como poder fundirse una pareja (chica- chico, claro), en plena calle y a la luz del día, en un abrazo y un beso o, para los más tímidos, ir enlazados por las manos. Cosas como poder cantar canciones de letras malsonantes y otras picantotas -malsonantes también- en cuadrilla echándonos los brazos sobre los hombros de los compañeros y levantando las piernas al compás de la melodía, no ir a dormir a casa o ir de madrugada sin que te esperara la reprimenda y la “hostia” o la somanta de ellas. Y, sobre todo, eran los días en los que te enfrentabas contigo mismo si eras de los que gustaban de ir “a por ellos” (llegar más lejos, hasta Sta Clara, más tarde, lo más cerca del Cerquilla que se te permitía; cómo presumíamos después) y, con los años, correr lo más cerca de los cuernos y salir airoso del lance. Todos esos años que llevo sin participar – lo pienso y me parece mentira, con lo que han significado para mí…- son indicativos de lo que la fiesta y yo hemos cambiado. A pesar del cambio mutuo, las notas del “A POR ELLOS” aceleran mi ritmo cardiaco hasta las proximidades de la taquicardia y mil imágenes se me alumbran en esa trastienda de la memoria y me hacen caer en la nostalgia.
José L. Coronado, gracias por el recorrido por nuestras vivencias y por esa llamada a no perder la esencia de una fiesta que sentimos tan nuestra, tan de nuestras vidas y de las de los que nos precedieron y nos fueron pasando el testigo de esa esencia que se debe conservar y legar a venideras generaciones de cuellaranos.
Después de leer el texto de lo que será el pregón del comienzo de las fiestas de 2014, tu emotivo pregón, me he animado, a acercarme a la Villa, esta vez sí, a palpitar en vivo con tu palabra y con las notas del “A por Ellos” a la vez que, seguro, me invadirá la nostalgia y la duda en la respuesta a: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
¡¡¡Salud y sana diversión!!!
Rodolfo Velasco Quevedo