| Por Mónica Rico |

Indignada, incrédula, impotente. Sobre todo impotente. Yo ya no tengo 18 años y sigo sintiendo miedo cuando voy a casa sola y ha caído la noche. No hace falta haber salido de marcha, salgo de una reunión, de un pleno, de una charla… y bajo sola a casa. Con paso firme y el teléfono móvil en la mano, con el número de alguien marcado e incluso haciendo que hablo con alguien. ¿Es eso lo que queremos para nuestras hijas? ¿Que el miedo siga siendo nuestro y sólo nuestro cuando estamos solas?

Seguro que estos días se leerán análisis mucho más certeros que el mío, pero no me puedo callar. Me indigna una sentencia que dice que hubo abuso pero no violencia. Es imposible que rodeada de cinco hombres mucho más mayores (en edad y tamaño) que tú, no te sientas violentada. Incluso sólo con sus palabras, pero además han quedado probados los hechos. No hubo agresión, según la sentencia, ¿que no hubo violencia? ¿ni intimidación?

No soy jurista, ni he leído la sentencia completa, pero sí algunos párrafos, que nos hablan de un lugar recóndito y angosto, con una sola salida y rodeada por cinco varones “de edades muy superiores a la suya, de fuerte complexión (…) la denunciante se sintió impresionada y sin capacidad de reacción”.

Me pongo en la piel de esa niña (sí, niña) y se me nubla la vista sólo de pensar que uno de los jueces optaba por la absolución. La misma sentencia señala que la joven, en los vídeos, está agazapada y acorralada contra la pared, habla de sometimiento y sumisión. Pero el juez no percibe oposición ni rechazo, ni sufrimiento, dolor o miedo.

Esta no es la justicia que quiero, no es la justicia que espero. Por ello, y aunque se recurra y finalmente llegue una sentencia más justa, creo que nuestras esperanzas hoy están en la educación que les demos a nuestros hijos. No es no.